martes, 17 de abril de 2007

TURISMO Y DERECHOS CULTURALES

TURISMO Y DERECHOS CULTURALES: Planteamientos acerca de una relación de hecho

CLARA INÉS SÁNCHEZ ARCINIEGAS

Docente Investigador, Universidad Externado de Colombia

Administradora de Hotelería y Turismo de la Universidad Externado de Colombia, especialista en Administración de Empresas y Especialista en Gerencia y Gestión Cultural del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Master Internacional en Gestión, Políticas Culturales y Desarrollo. Universidad de Girona – Cátedra UNESCO. Gerona – España.
Entre otros cargos, se ha desempeñado como consultora de proyectos en el Ministerio de Cultura, en la Dirección de Patrimonio, como parte del grupo organizador del Día Nacional de Patrimonio Cultural, en el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Alcaldía Mayor de Bogotá, para la formulación de políticas y planes de desarrollo turístico, y en el Fondo de Promoción Turística de Colombia, como consultora para proyectos específicos. Actualmente es docente investigadora de la Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras de la Universidad Externado de Colombia y tiene a su cargo la línea de investigación en Cultura y Turismo, y ha sido directora de varios proyectos de desarrollo y proyección social. Ha sido conferencista invitada en diversas universidades, entre otras, las de Miami en Ohio (Estados Unidos), Madre y Maestra en Santo Domingo República Dominicana, y Colegio Mayor del Rosario en Bogotá. Entre sus publicaciones se mencionan la co-autoría de textos del Album Vive Colombia, Patrimonio Cultural y Turismo Ético en América Latina y Colombia, diversos artículos para revistas especializadas, entre los que se mencionan Turismo y Estética Formativa, Patrimonio Cultural y Desarrollo Sostenible, así como la dirección de varias guías turísticas.

El turismo, como fenómeno moderno, es un fenómeno social de carácter global, que se ha extendido por todo el mundo, hasta convertirse en una gran fuerza económica, y para muchos países y regiones, en el primer renglón de sus economías. Hasta aquí la visión desarrollista del turismo. Por otra parte es innegable que el turismo interfiere en el estado y la dinámica de grupos sociales, poblaciones y territorios y patrimonios, y en general, en culturas de diversa índole. Al respecto existen estudios de casos y algunas investigaciones –principalmente en el Reino Unido y más recientemente en España-, en los que se evidencian interferencias producidas por la relación directa entre el turista y la comunidad receptora o anfitriona, no obstante las implicaciones del turismo frente a la cultura, deben ser objeto de acercamientos interdisciplinarios, que incluyan el ámbito jurídico y ético.
Desde hace varios años se habla de turismo sostenible, a la vez que cobra actualidad el tema de la cultura en relación con el desarrollo: en principio una afinidad. Sin embargo, la tensión se produce a partir de la interacción entre la cultura, como portadora de valores sociales, y el turismo, que como industria, se sustenta en valores económicos.

La innegable y evidente relación entre cultura y turismo, la primera, como insumo de lo segundo, y lo segundo, como dinamizador de la primera, se desenvuelve en una coyuntura que se origina hace más de cincuenta años con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se presenta en la actualidad bajo el rótulo de derechos culturales, y sobre éstos, su definición, su reconocimiento y su adopción y acatamiento, en correspondencia con la creciente circulación de conceptos, ideas, preocupaciones y ocupaciones sobre la multiculturalidad y la diversidad cultural.

El binomio cultura-turismo se circunscribe, tanto en las concepciones más generales de cultura, v.g., la que la define como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grados de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. (Real Academia de la Lengua: 2001), como en aquellas que orientan la definición hacia un fin específico o se insertan en un contexto como la que cita el Proyecto de Declaración de los Derechos Culturales (Grupo de Fribourg, Artículo 1):

El término Cultura comprende los valores, las creencias, las lenguas, los saberes y las artes, las tradiciones, las instituciones y modos de vida mediante los cuales una persona o un grupo expresa los significados que otorga a su existencia y a su desarrollo.

Haríamos entonces referencia a la cultura tradicional, institucional creada, y a la cultura semi institucional creada a partir de la dinámica del mercado, por la información del cambio. Esta distinción es mucho más sólida. Desde la óptica del turismo, estas distinciones se entrecruzan generando redes más complejas, en las que subyacen los derechos culturales, estrechamente asociados a otros derechos individuales y a libertades fundamentales, por tratarse de un fenómeno que se desenvuelve en destinos naturales o urbanos, individuos y pueblos llámense anfitriones o receptores, en toda su dimensión cultural.

Según comenta Prott:

Los derechos culturales relativos a la preservación del patrimonio cultural, la identidad cultural de un pueblo determinado, y el desarrollo cultural, se consideran en cierta circunstancia ‘derechos de los pueblos’[1].

Frente a los derechos culturales, los Estados tienen la obligación de garantizar el respeto, protección y disfrute de cada uno de esos derechos. Las tensiones que impone la global economía de mercados frente a los derechos culturales, tienen en el turismo un objeto de análisis interesante y complejo.

Las actividades turísticas de nuestro tiempo se dan a partir de la existencia de un patrimonio sociocultural y ambiental, preservado o construido a través de los tiempos. Es un patrimonio que le es propio a cada pueblo al margen de su nivel de desarrollo y que se fija en el territorio y a la vez es la base constitutiva del pensamiento individual y colectivo; un patrimonio en buena medida configurado como patrimonio de la humanidad.

El patrimonio cultural de los pueblos:

El concepto más tradicional de Patrimonio lo refiere al legado histórico y con mucha fuerza al legado material de los pueblos, como expresión de la cultura propia de cada uno de ellos, en el tiempo y en el espacio; se trata de edificaciones, conjuntos urbanos, necrópolis, monumentos alegóricos, que en su momento fueron erigidos para trascender con algún fin espiritual, religioso, político, o simplemente de carácter utilitario. La permanencia en el tiempo de esas construcciones, sugiere en muchos casos la trascendencia de sus significados, y en otros, el olvido.

La idea de patrimonio – los bienes que poseemos – y la misma idea del bien cultural nos sugiere que estamos ante algo de valor (Ballart, 1997). Ese valor al que se refiere Ballart trasciende lo pecuniario e involucra valores colectivos y subjetivos, pero también utilitarios para satisfacer necesidades que usualmente entran en las categorías de lo espiritual y lo lúdico. Sin embargo es importante considerar que ese patrimonio es de difícil y costosa conservación, lo cual ha desencadenado una serie de estrategias que contemplan su aprovechamiento económico como un mecanismo de gestión para la obtención de recursos revertibles en el propio bien, siempre que se haga responsablemente. Al respeto la UNESCO dice que se deben mitigar los efectos negativos, nocivos y destructivos que acarrea el uso masivo e incontrolado de los monumentos y sitios ( ICOMOS - Carta del Turismo Cultural de 1999).

Más recientemente el mundo occidental ha volcado sus ojos hacia el reconocimiento, salvaguardia y preservación de la diversidad cultural. En este punto, por encima de análisis y posturas críticas respecto a la expansión del modelo occidental y a su imperiosa necesidad de encontrar motivos y fuentes de contrastes para el cambio y para conquistar nuevos mercados, citamos como un avance importante, la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO, que promueve la identidad, la diversidad y el pluralismo como patrimonio común de la humanidad y como factor de desarrollo, la creatividad y la solidaridad internacional. Dicha declaración compromete a los Estados miembros respecto de la diversidad cultural, a desarrollar la definición de principios, prácticas y normas para la cooperación, su salvaguardia y promoción, a favorecer el intercambio de saberes, a avanzar en la comprensión y clarificación del contenido de los derechos culturales, considerados como parte integrante de los Derechos Humanos (UNESCO: 2001), a proteger el patrimonio lingüístico, a valorar la diversidad cultural, a la transferencia de tecnologías, a luchar contra el tráfico ilícito de bienes y servicios culturales, a promover el reconocimiento, la comunicación, la movilidad de artistas y creadores, a garantizar la propiedad de derechos de autor, a ayudar a la creación de industrias culturales en los países en desarrollo y a la creación de espacios de diálogo entre el sector público y el privado, entre otros principios fundamentales.

La lista del patrimonio mundial crece paulatinamente, y con ella la visibilidad y el reconocimiento del mundo sobre el patrimonio cultural de los pueblos, o al menos ello es en parte lo que se pretende con este tipo de acciones e instrumentos internacionales. Hasta aquí, la visión institucionalizada del patrimonio cultural.

Ahora bien, el concepto de patrimonio asociado a la noción de identidad cultural, conlleva el pensamiento sobre el patrimonio, ligado a los derechos culturales. El reconocimiento recíproco entre el individuo y la sociedad, la capacidad del individuo de reconocerse en su diferencia y similitud con otros, o sea, su capacidad de identificarse y reconocerse en vínculo con un patrimonio y con otros, en libre dialéctica de tradición y libertad, liga indisolublemente el patrimonio y la identidad cultural.

El turismo como sector económico:

Como actividad económica, en turismo se ha convertido en la fuente de generación de divisas para muchos países tanto industrializados como en vías de desarrollo. Las cifras contundentes hablan de 476 billones de dólares de ingresos percibidos por el desenvolvimiento de la actividad turística en el mundo. Como ninguna otra industria, el turismo dinamiza la cadena de suministros al estimular la creación de negocios directos y periféricos. Trasciende la esfera de lo local y se mueve hacia las regiones en el ámbito de lo nacional y lo internacional.

El turismo transita de lo económico a lo social, en tanto que considera al ser humano como actor principal en su interacción con los modos de producción, la cultura y el medio ambiente circundante. En los últimos años el concepto de turismo se ha hecho más amplio, y se presenta, según teóricos y analistas, como un medio para satisfacer las necesidades intrínsecas e inherentes al ser lúdico. Surgen entonces nuevas y novedosas posturas que le confieren a la actividad turística, cualidades no asimilables al turismo de masas. Un turismo ético, responsable y participativo, impulsa el desarrollo integral y en esencia debe favorecer la visibilidad de la diversidad cultural.

Desde el punto de vista productivo, como fenómeno social, se inserta dentro del sistema de capitales. De hecho, su desenvolvimiento gira alrededor de tres componentes básicos: origen, desplazamiento y destino, este último visto en toda su dimensión, es decir, en su interacción con el entorno físico, sociocultural y demográfico. En el destino se producen bienes y servicios, total o principalmente para el consumo turístico como alojamiento, transporte, alimentos y bebidas, agencias de viajes, operadores de turismo, comercio, merchandising, etc. Otros existentes en relación histórica como las artesanías, pasan también a la categoría de bienes de consumo, ante la arremetida de la demanda.

A la vez que crece en cifras, el turismo se renueva como producto bajo los más variados matices. Por consenso global o por adaptaciones regionales, la diversificación de modalidades de hacer turismo es una de las de turismo es una de las tendencias actuales: tercera edad, ecológico, de aventura, social, científico, hasta llegar al turismo cultural – como la más amplia acepción, sin contar con las subdivisiones que ya comienzan a aparecer.
La dimensión adquirida por el turismo en nuestros días obliga a los Estados a intervenir proactivamente y concertadamente como reguladores y promotores de la actividad, considerando todas sus posibilidades y maximizando sus beneficios.


El turismo, la cultura y la ética de la economía de mercados:

El tema de la exaltación de la diversidad cultural, de la cruzada mundial por la preservación y salvaguardia de los derechos fundamentales de minorías étnicas y culturales, ha comenzado a generar grandes expectativas respecto del turismo cultural, focalizado en la visita e interacción con los grupos minoritarios. En general, puede decirse que estos grupos minoritarios son altamente vulnerables a los embates del turismo como agente que comporta en su práctica, transformaciones culturales y sociales, quizás más negativas que positivas. Es por ello que es importante garantizar sus derechos culturales, como la única vía para perdurar en el tiempo y como medio para enfrentar la avasalladora expansión de occidente, como culturas activas en la comunicación y no pasivas en la recepción.

A la luz del turismo, el reconocimiento de la diversidad cultural, puede interpretarse como una oportunidad para diversificar productos, ampliar la oferta y aumentar la demanda, y hasta cierto punto, cualificarla, mediante el uso de herramientas de marketing, para establecer con claridad nichos de mercado, lo que apuntaría a un desarrollo planificado. En otras palabras, está presente la ética de la economía de mercados. De ésta manera, el turismo se convierte a su vez en un recurso que dinamiza el patrimonio cultural, produciendo como resultado final, la interrelación de factores como la oferta, la demanda, el espacio geográfico, los prestadores del servicio y los operadores del mercado.

Ahora bien, el concepto de patrimonio asociado a la noción de identidad cultural, conlleva el pensamiento sobre el patrimonio, ligado a los derechos culturales. Es entonces cuando los sucesivos encuentros entre turistas, operadores y comunidad receptora, pueden producir alteraciones, determinadas a través de la aculturación ordenada o la aculturación desordenada de la que son objeto tradiciones y costumbres, con el riesgo de verse reducidas a simple espectáculo para turistas, caso en el cuál asistiríamos a un fenómeno de relocalización de la identidad. No obstante, la cara favorable la presentan hechos en los que la tradición y el legado del pasado se preservan por la fuerza de la demanda turística. Las preguntas que surgen en este punto son de orden ético: ¿hasta qué punto se puede hablar de una comunidad como parte del ‘producto turístico’? ; ¿es necesario pensarla como objeto de planificación de los modelos de occidente para evitar su extinción?; ante el espectáculo ‘tradicional y autóctono, ¿estará el turista ejerciendo un legítimo derecho de acceso a la falsa cultura?, lo que equivale a preguntarse, si ¿no se trata de una parodia de su propio derecho?

Por otra parte, es importante considerar el patrimonio cultural tangible, que a diferencia del inmaterial, está mediado por la propiedad en la esfera del capital, pero que hoy se conjuga con otras formas de legalidad basadas en la doctrina del derecho internacional que considera nociones como ‘herencia común de la humanidad’, elementos como la ‘inapropiabilidad’ y la ‘conservación para las generaciones futuras’. “En este caso es necesaria la armonía en el uso y el disfrute del patrimonio con la responsabilidad y la obligación asignada al derecho de propiedad desde el punto de vista jurídico y ético, aspectos dejados de lado en el enfoque civil.”[2] Esto se enmarca en el concepto de herencia común de la humanidad del patrimonio cultural y natural y reconoce la pertenencia al Estado, la responsabilidad para asegurar la identificación, protección, conservación, presentación y transmisión a las futuras generaciones, de la UNESCO[3] (1972) (artículo 4), ‘sin perjuicio del derecho de propiedad’, que constituye un ‘patrimonio del mundo’ protegido por la comunidad internacional (artículo 6). Ese patrimonio ‘pertenece’ a todos, con el derecho y el deber de preservar sus condiciones físicas e interpretación futura, y es deber de los Estados, generar condiciones encaminadas a afianzar el sentido de pertenencia y a velar por los principios normativos y éticos respecto a su uso, los cuáles muchas veces se contraponen a la práctica comercial del turismo.

Una reflexión final se relaciona con el tema de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, principalmente en lo que se refiere al tema de las artesanías, como quiera que éstas hacen parte integral del mercado turístico.

Colombia, como país de la esfera latina, parte del principio que circunscribe el derecho de autor a la creación intelectual expresada en obras que presenten originalidad o singularidad. El punto neurálgico es que uno de los principales obstáculos surge del desconocimiento no solo de la carta constitucional y de las leyes, sino incluso de muchos de los derechos fundamentales, por parte de un grueso de la población. No existen estadísticas que sustenten esta afirmación, pues no cabe la relación con los niveles de alfabetización como indicador de bienestar. Sin embargo la práctica demuestra que en segmentos de la población joven y adulta de distintos estratos socioeconómicos, el desconocimiento de temas jurídicos sobrepasa los mínimos deseables. Más aún, en los propios escenarios de debate cultural, se presentan con cierta frecuencia confusiones conceptuales que generan aún mayor desinformación. Algunas de las confusiones más reiterativas tiene que ver con la emergencia en temas de derechos de autor, de otros temas que son de la orbita de las patentes y más generales de la protección estatal de derechos sociales y colectivos. Un tema emergente en este tipo de discusiones tiene que ver con los diseños artesanales, que también sale de la órbita de los derechos de autor, por ser la artesanía, un bien patrimonial de tipo tradicional, colectivo y generalmente –por lo menos en el caso colombiano-, asociado al patrimonio cultural de la nación, es decir del pueblo colombiano en su totalidad. A esa situación se suma el hecho de la creciente inserción de temas de tipo empresarial y de mercados, en el ámbito de la competitividad uno de cuyos elementos constitutivos es el concepto de calidad. Se habla ahora de sellos de calidad, de los que forma parte los diseños y de la “adecuación” a la demanda, en muchos casos, una demanda turística. Surgen entonces una serie de interrogantes, y por ejemplo, cabría preguntarse, ¿hasta que punto, un grupo de artesanos que logra obtener un sello de calidad que al hacer “diferente” y “más competitivo” su producto en el mercado, deba registrarlo ante la oficina de registro de derechos de autor como una creación colectiva original e individual, como consecuencia de su labor creativa en la diferenciación de un producto de factura tradicional?; cabría también preguntarse sobre la eventualidad de registrar sobre el hecho artesanal –patrimonio nacional-, un derecho de autor sobre creación de diseños innovadores, entonces ¿qué se entiende por innovación? ¿Saldría de la esfera de la artesanía para pasar a la de obra de arte y de diseño?
Los anteriores cuestionamientos darían para considerar al turismo como agente de impactos más negativos que positivos. Sin embargo, la balanza puede tornarse favorable al turismo, si se impulsan verdaderas políticas que encaucen el fenómeno hacia posturas éticas, que partan, en primera instancia, de la concertación y el consenso sobre derechos y deberes, que se superpongan al turismo institucionalizado y consideren relevante la persona del turista y las comunidades receptoras.

Es deseable, que el turismo, además de ser visto como portento económico, se constituya como un sector fuerte a nivel institucional y político en el ámbito de la cultura; que respecto a éste, los distintos actores asuman su carácter interdisciplinario y eleven la rigurosidad en su manejo. Se trata de crear las condiciones que permitan armonizar y fortalecer instrumentos como políticas, convenciones, cartas, acuerdos, leyes, acciones de participación y concertación, códigos, etc., hacia el entendimiento del turismo en relación con la sociedad, los valores intrínsecos y los deberes y derechos culturales, toda vez que el turismo en sí mismo es un fenómeno cultural.

Bibliografía

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UNESCO. Convención para la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, 1972 (Ley 45 de 1983).

[1] Citado por Stavenhagen, Rodolfo. Derechos Culturales: el punto de vista de las ciencias sociales. UNESCO. A favor en contra de los derechos culturales. Ediciones UNESCO. París, 2001, p. 20.
[2] Figueredo, R. Elementos analizados en: ‘Aprovechamiento económico como alternativa de preservación del patrimonio cultural construido - El caso del turismo en el centro histórico de Bogotá’, tesis de maestría en planificación y administración del desarrollo regional de la Universidad de los Andes, Bogotá, 2002
[3] Convención para la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, 1972 (Ley 45 de 1983).

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