martes, 17 de abril de 2007

PLANES DE MANEJO DE SITIOS ARQUEOLOGICOS

PLANES DE MANEJO DE SITIOS ARQUEOLÓGICOS:
EL CASO DE MÉXICO

MTRA. ISABEL MEDINA-GONZÁLEZ
INAH

PhD en Arqueología, hizo estudios de Patrimonio Cultural y Museos en la University Collegue de Londres. Obtuvo el grado de Maestra en Manejo de Patrimonio Arqueológico con distinción de la Univeridad de York en Inglaterra. Tuvo mención honorífica de la Licenciatura en Conservación y Restauración de Bienes y Muebles, en la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete” del INAH, Mexico.Ganó el Premio Internacional a Jovenes Americanistas, en Holanda. Actualmente es Co-coordinador de la linea de Investigación Conservación y Gestión de Patrimonio Cultural, profesora titular de la Materia Estudios de Patrimonio Arqueológico de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.




Introducción

El manejo de un sitio arqueológico, especialmente si éste se ha destinado a operar en un régimen de visita pública, implica una gran responsabilidad gubernamental, institucional, profesional y social. Ello se debe a dicha condición impone una serie de factores y circunstancias que están relacionados con su investigación, conservación, operación, presentación, interpretación y difusión. Por una parte, es evidente que la visita pública representa riesgos para el propio Patrimonio Arqueológico. Es claro también que se requiere de una inversión en recursos humanos, materiales y financieros para dar marcha y seguimiento a iniciativas que fundamentan la visita y permiten ofrecer una experiencia educativa y satisfactoria al visitante. Es asimismo importante reconocer que cuando un sitio arqueológico opera para visita pública conlleva transformaciones en las comunidades aledañas, y en la sociedad en general.

Manejar a un sitio arqueológico para su disfrute público también significa grandes oportunidades. La visita representa no sólo el medio más tradicional sino también la forma más inmediata y directa de comunicar, poner en circulación y vigencia los valores del sitio arqueológico en el ámbito social. Como gestores del patrimonio arqueológico, dicha tarea posee una relevancia insoslayable, ya que no sólo representa el ejercicio público de nuestro quehacer profesional, sino que ello también da fundamento y justifica nuestra labor ante la sociedad. Adicionalmente, la apertura pública de un sitio arqueológico puede conllevar a beneficios educativos, sociales y financieros para una localidad, región o país. Por ello un sitio abierto al público constituye un complejo escenario de confluencia entre el ejercicio de la investigación y conservación arqueológica, del turismo y del desarrollo social.

El turismo juega uno de los papeles más importantes en la economía nacional Mexicana: sus ingresos son comparables con la industria petrolera y genera 1 de cada diez empleos formales (Martines y Bader 2000: 1). A diferencia de otros países, la arqueología posee un importante papel en el turismo mexicano: se estima que más de 5 millones de turistas visitan a zonas arqueológicas abiertas en México (Cedillo, Peña, Castellanos y Medina-González 1994: 6). Ello representa un porcentaje significativo de las cifras de turismo nacional e internacional. A pesar de su productividad, el binomio turismo-arqueología, y especialmente, conservación arqueológica, se ha concebido tradicionalmente en términos de divorcio y oposición. Es decir, su co-existencia se ha percibido como presa de la pugna entre intéreses divergentes e irreconciliables. La integración de dichas iniciativas en el desarrollo social o comunitario ha sido representada bajo términos análogos. Lo anterior, no es sólo resultado de un prejuicio. Existe un expediente de casos que ejemplifican los problemas derivados una relación conflictiva, mismo que nos han hecho concientes de los riesgos, altos costos y aberraciones que pueden resultar de una interacción basada en fundamentos poco informados, irrespetuosos, ausentes de reflexión y de actuación descoordinada.

Los últimos años han visto cambios sustantivos en la conceptualización no sólo de las nociones de conservación arqueológica, turismo y desarrollo social, sino también un replanteamientos de sus fundamentos, conexiones y campos de interacción. Esta transición ha sido producto del ejercicio crítico y propositivo sobre la realidad, de la reflexión de los retos que implica ésta en el presente y en futuro y, de la convicción que es posible de impactar de forma positiva en ella.

La presente ponencia trata de esta coyuntura intelectual y de actuación, enfocándose principalmente al desarrollo de planes de manejo para zonas arqueológicas que derivan de un proceso de planificación operativa y estratégica, cuya finalidad es potenciar una visión y acción integral de reconciliación entre la conservación arqueológica, el turismo cultural y el desarrollo social sustentable. Aunque su caso de estudio es México, no se olvidan los referentes internacionales. Este documento es producto de una reflexión personal derivada de más de 10 años de trabajo en el Instituto Nacional de Antropología del INAH, misma que se ha alimentado tanto de mi formación académica formal, de aprendizaje por medio de lecturas, conferencias y pláticas con colegas, compañeros y alumnos. Espero que este seminario sea un mecanismo más de aprendizaje basado en la discusión y la retro-alimentación con personas que tienen conocimiento de la realidad colombiana y latinoamericana en materia de patrimonio arqueológico.

1. Antecedentes

Hace ya 20 años, el Arqueólogo José Luís Lorenzo publicó dos artículos que se han vuelto clásicos de referencia para la historia y análisis de la gestión del patrimonio arqueológico Mexicano (Lorenzo 1981, 1984). Está fuera del alcance de esta ponencia realizar una critica pormenorizada de dichos documentos. De hecho, su necesaria discusión, revisión y actualización está actualmente en proceso (Medina-González: en proceso). No obstante, cabe aquí mencionar algunos argumentos conclusivos del Mtro. Lorenzo, ya que son sumarios y acertadas en cuanto a la realidad de las políticas de manejo de patrimonio arqueológico que imperaban hasta ese momento en México. Asimismo, este marco sirve como base para analizar los cambios que han tenido lugar en las últimas dos décadas.

Por razones de orden histórico, ideológico y político, tanto la arqueología como el manejo del patrimonio arqueológico en México se han concebido fundamentalmente como campos de competencia del Estado (Lorenzo 1984: 89-91, Trigger 1989: 180-181). En virtud de mandato federal (vgr. Ley Federal de Monumentos, Históricos, Zonas y Sitios Arqueológicos, Históricos y Artísticos 1972), ha sido a través de INAH, institución fundada en 1939, que la injerencia de intervención pública ha predominado en este ámbito. Lorenzo (1984: 89) describe esta situación como un ‘monopolio gubernamental’, el cual está fundamentado en la premisa jurídica que ‘todo dentro del dominio de la arqueología, al ser parte de el patrimonio cultural del país, es considerado propiedad nacional’.

Lo anterior impone grandes responsabilidades de gestión para el INAH Se asume que existen más de trescientos mil sitios arqueológicos en el territorio mexicano, que van desde centros cívico-religiosos de gran complejidad y extensión (vgr. Teotihuacan, Chichén Itzá, Monte Alban), hasta pequeños asentamientos sedentarios y evidencias de áreas de actividad humana. Su distribución no solo es amplia en los dos mil kilómetros cuadrados de superficie de la República Mexicana, sino que también se extiende a los mantos subterráneos y subacuaticos territoriales. Por supuesto, dicha cifra se mantiene en aumento en razón de nuevos descubrimientos y de su incorporación en el Registro de Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos del INAH.

Aproximadamente ciento cincuenta zonas arqueológicas mexicanas se encuentran actualmente operando en un régimen de visita pública. Se trata generalmente de conjuntos religiosos y habitacionales donde coexisten manifestaciones arquitectónicas y de ingeniería, una multitud y variabilidad de elementos arquitectónicos adosados (pintura mural, relieves de estuco, escultura), así como bienes culturales muebles y otras evidencias arqueológicas. La gran mayoría de estos sitios posee características monumentales, ya que como afirma Lorenzo (1989: 97), este orden de patrimonio arqueológico ha históricamente recibido mayor atención, así como considerable inversión tanto en investigación como en conservación.

Lorenzo (ibid) critica severamente la política preferencial monumentalista de la arqueología mexicana, relacionándola con diversas agencias gubernamentales, entre las que destaca la consolidación de una ideología nacionalista y el desarrollo de la industria turística. Ambos elementos, de hecho, se consideran interrelacionados. Tanto Lorenzo (ibid: 99) como otros investigadores (vgr. Trigger 1989: 181) han planteado que la creación de parques arqueológicos destinados para la educación y entretenimiento de visitantes nacionales y extranjeros es parte de una campaña de difusión de valores de integración nacional fundamentada en una perspectiva histórico-cultural nacionalista del pasado prehispánico, así como conducente de una estrategia de promoción turística de una determinada región del país.

Muchas de las críticas y observaciones anteriormente planteadas siguen vigentes y son compartidas por arqueólogos, antropólogos y conservadores mexicanos que trabajan dentro y fuera del INAH. Otros han planteado visiones divergentes. Fuera de ámbito de este debate es importante señalar que el análisis de Lorenzo, es como todo ejercicio intelectual, presa de su momento. Por ello no contempla aspectos que quizá no eran tan evidentes en los 1980s, pero que ya eran tema de inquietud diez años después. Me referiré específicamente a las preocupaciones expresas de profesionales de la conservación arqueológica, campo al cual me integré en las líneas laborales del INAH, justo en la década de los 1990s.

Para ese entonces parecía evidente que las zonas arqueológicas abiertas al público representaban un reto complejo, que si bien estaba relacionado con los ámbitos de la investigación y de conservación arqueológica, los trascendía. Con ello en mente, en 1994 me uní a tres conservadores para elaborar una ponencia denominada “Manejo de Sitios Arqueológicos en México” (Cedillo, Peña, Castellanos y Medina-González 1994) Allí se plasmaron varias ideas y planteamientos, cuya presentación aquí se ha integrado en una tabla analítica:

Principios
Problemáticas
Necesidades
Aunque la apertura de un sitio conlleva a problemáticas para la investigación y conservación también representa un momentum clave para la integración de dicho patrimonio a la sociedad presente, como un vivo legado de su pasado.
No existe una política global para el manejo de sitos arqueológicos que sea permita establecer estrategias permanente y lograra alcances a corto, mediano y largo plazo. En cada sitio se toman diferentes medidas, que no siempre son las más adecuadas ni las más necesarias. No existe continuidad: los sitios están sometidos a ciclos de abandono y falta de mantenimiento.
Es fundamental establecer lineamientos, proyectos y acciones organizadas sistematizadas y coordinadas, cuyos objetivos deben de ser: instrumentar y mejorar las medidas de preservación del sitio, así como optimizar las condiciones para el cumplimiento de las funciones asociadas a la visita. Para lograr esto se debe diseñar un plan de manejo, que debe basarse con base del análisis del significado y valores del sitio, su realidad y sus necesidades
Por tanto, la apertura y manejo de pública de un sitio entabla dos misiones:
-asegurar la conservación y preservación de los monumentos, bienes y contextos del sitio arqueológico,
-satisfacer óptimamente sus funciones sociales, culturales y educativas.

Existe descoordinación entre acciones y proyectos que representan pérdidas de recursos y deterioro en las zonas arqueológicas.
Quienes generalmente determinan el destino del sitio Arqueólogos, Administradores y Custodios) muchas veces carecen de la preparación y sensibilidad para abordar problemas de conservación y manejo. Su movilidad impide la implementación de medidas consistentes y duraderas.
La elaboración del plan de manejo de sitio debe plantearse como un proyecto integral en el cual todas las actividades deben de proyectarse como una estrategia de colaboración con diversos especialistas en conservación, investigación, administración, difusión, educación, así como miembros de las comunidades, gobiernos y entidades de turismo. El plan de manejo debe contemplar acciones en rubros técnicos, operativos y de infraestructura, tales como: Protección Jurídica, Conservación, Investigación, Mantenimiento, información y educación, operación (acceso, circulación, servicios, seguridad)
Un inadecuado manejo de los sitios arqueológicos es un factor conducente a su deterioro.
Además de los daños producidos por los visitantes por negligencia ignorancia o vandalismo, el proceso de alteración de un sitio por agentes humanos se ve catalizado por falta de servicios adecuados, nula o mala de planificación y si este patrimonio es considerado únicamente como una simple fuente de ingresos derivados del turismo
No solo hay que controlar el acercamiento del visitante al sitio, sino también propiciar el entendimiento del primero sobre el significado del último Ello implica propiciar una conversión del visitante: de “agente de deterioro” a “participante en su preservación”.
Hay que promover la sensibilización de comunidades y agentes de la industria turística en cuanto a la importancia del sitio y sobre la necesidad de su apoyo y participación para su conservación

Los anteriores planteamientos estaban fundamentados en la larga experiencia de dos de los autores, así como en un primer diagnóstico de zonas arqueológicas abiertas al público (CNRPC 1993), el cual había proporcionado resultados factibles de evaluación. Asimismo, cabe señalar que en aquellas épocas tanto la literatura extranjera que teníamos acceso, como pláticas con conservadores y arqueólogos extranjeros, nos habían demostrado que existían un corpus de preocupaciones e intereses comunes con otros países y que empezaban a generarse metodologías para el desarrollo de planes de manejo en materia de Patrimonio Cultural.

Los últimos diez años tenido lugar importantes transformaciones. Hoy por hoy, el patrimonio cultural, y especialmente el arqueológico se han convertidos en un terreno de gestión muy complejo, y algunas veces accidentado. Distintos órdenes de presiones y demandas impactan su conservación, uso, operación, manejo, uso y difusión pública. Un gran número de actores, intereses y perspectivas influyen en los campos de interacción del patrimonio arqueológico con las esferas de orden académico, técnico, jurídico, económico, turístico, político, cultural, espiritual y social. Ante este escenario, no es de extrañar que el papel del patrimonio arqueológico en México, como en el resto del mundo, se ha constituido en una encrucijada de debate que trasciende a los cuerpos técnico-académicos tradicionales y en el cual se involucra, o demandan participación, diferentes sectores sociales.

En México, el Estado y el INAH siguen manteniendo un predominio en la investigación, conservación y manejo de zonas arqueológicas. Pero la injerencia pública ya no puede concebirse como monopólica. Instituciones gubernamentales, académicas, organismos independientes y particulares participan indirecta o directamente en los rubros de investigación, conservación y manejo. Algunas zonas arqueológicas están siendo administradas por los gobiernos estatales. Hay un caso en la Riviera Maya (X-Caret), por demás polémico, donde un organismo empresarial se encuentra custodiando un conjunto de monumentos arqueológicos Diferentes grupos sociales, incluyendo comunidades campesinas e indígenas reclaman co-participación en la gestión de zonas arqueológicas y los parques nacionales que las rodean. Para un sector del INAH es claro que las relaciones intrainstitucionales, sobretodo con organismos gubernamentales y no gubernamentales dedicados a la gestión de la tenencia de la tierra, de la ecología, del desarrollo social y al turismo se han convertido en una pieza clave de la gestión.

Internamente, el INAH también ha experimentado algunos cambios. En su estructura orgánica se han establecido una serie de Coordinaciones Nacionales que como su nombre lo indica tiene el objetivo de coordinar las actividades sustanciales del INAH en los campos de la arqueología, conservación, antropología, museos y difusión, entre otras. Dentro de estas instancias y en proyectos específicos de zonas arqueológicas se han desarrollado o se encuentran en gestión el desarrollo de planes de manejo de sitio. Actualmente, la CNCPC cuenta con un área de planificación operativa y estratégica.

Un número de planes de manejo para zonas arqueológicas se ha promovido desde la Dirección de Operación de Sitios (DOS), organismo dependiente de la Secretaria Técnica de INAH. Proyectos de Conservación Integral tanto en lugares de interés arqueológico como histórico también comprenden componentes de manejo, y especialmente, de sensibilización y cooperación comunitaria.

No es posible aquí ahondar en los detalles de estas iniciativas, pero es importante señalar que el desarrollo de planes de manejo para sitios arqueológicos en México ha fructificado en el interior del INAH. Los esfuerzos tienden a enfocarse en sitios declarados como patrimonio mundial, pero también se incluyen sitios de relevancia regional o local.

Es importante señalar que lo anterior ha sido producto de un esfuerzo continuo que han logrado avances paulatinos, pero progresivos. Por supuesto, también se han presentado fallos y errores, de los cuales seguimos aprendiendo. Ciertamente las primeras experiencias partieron de iniciativas autodidactas, de colaboración internacional, así como del ejercicio de arqueólogos y conservadores mexicanos formados en instituciones educativas extranjeras o bajo en amparo de organizaciones internacionales.

Uno de los retos más significativos en esta carrera ha sido justamente el traslado de modelos generados en otras nacionales a la realidad Mexicana. Aunque sabemos que los referentes generales son comunes, existe la conciencia que es necesario traducirlos y adaptarlos de acuerdo a nuestras necesidades, las particularidades de nuestro patrimonio arqueológico, y nuestra propia cultura. Otro desafío ha sido la formación profesional. Una primera fase estuvo basada en seminarios, cursos, diplomados y tutorías conductuales que eran impartidos por extranjeros y nacionales formados internacionalmente, pero organizados ya sea por la DOS, la Coordinación Nacional de Antropología y la Escuela Nacional de Restauración y Museografía. Recientes egresados de esta última han empezado a incursionar en el campo de la gestión a partir del desarrollo de sus tesis de licenciatura. Ante la evidente la necesidad de formalizar la educación, se han integrado nociones de gestión en curriculums profesionales existentes y se han creado programas de especialización. Ejemplo de esto último es la oferta de una línea de conservación y gestión de patrimonio arqueológico dentro de la maestría de la arqueología de la ENAH. Actualmente, están en formulación otros programas posgrado exclusivamente dedicados a la gestión de patrimonio cultural, cuya espina dorsal es el entrenamiento en procesos de planificación (Medina-González 2005a y 2005b).

La reseña anterior hace evidentes algunos avances. Pero en un sentido crítico, el desarrollo de iniciativas de gestión y el manejo de patrimonio arqueológico dentro de las vías institucionales ha enfrentado resistencia y no ha tenido un impacto homogéneo. Como en otros países, el desarrollo de la gestión patrimonial ha enfrentado escepticismo y críticas. También confusión, pues muchos la confunden como un campo bastardo de la administración o una visión empresarial insensible a la cultura que está enmascarada y desvirtúa su valor. Como toda profesión nueva, la gestión de patrimonio cultural está en vías de obtener plena legitimidad, proceso que se ve entorpecido por la charlatanería y la idea que es una moda que pronto pasará al olvido. Las vías de comunicación y retroalimentación entre las experiencias y sus responsables todavía no están apuntaladas. La ignorancia es otro mal que persigue a la planificación estratégica en México como en otros lugares del mundo. Por eso, creo que es necesario aclarar su naturaleza, y particularmente, de lo que significa y persigue-. También es parece necesario, hablar de casos exitosos y en proceso, así como de los rumbos que éstos han generado. Estos temas serán desarrollados en las próximas líneas.
2. Planificación Operativa y Estratégica.

La gestión del patrimonio cultural puede definirse como un campo intelectual y laboral de visión integral y global, que conceptualmente está definido por una perspectiva holística de su objeto de trabajo (el patrimonio) y que está basado en las nociones de interdiscliplina y participación multi-sectorial corresponsable. Dentro del marco de la gestión están incluidos todos los campos de decisión y acción que de manera directa o indirecta están involucrados con la protección, investigación, conservación y difusión del patrimonio cultural. En este sentido, los gestores son formados para tener una concepción horizontal de las problemáticas a las cuales se enfrenta el patrimonio en el presente y son entrenados para poder generar formulas que permitan tener un impacto positivo en el futuro. Uno de los instrumentos claves de la gestión es la planificación estratégica.

Planear es una actividad común en el quehacer laboral. En un nivel básico para cumplir una meta, los profesionales generalmente nos trazamos una serie de pasos a seguir. Sin embargo, la planear no siempre se ha asumido con la importancia que debiere, ni se ha considerado como actividad que, aunque requiere tiempo y recursos, tiene significativos beneficios. Podríamos aducir que la diferencia entre planear y planificar radica en la reflexión que está última conlleva. Planificar no es ciencia dura, ni la panacea para resolver todos problemas. Sin embargo, la planificación es el único método de eficacia comprobada que permite tomar decisiones y organizar actividades concretas, consistentes, informadas y fundamentadas, ya que obliga a plantear objetivos y metas, determinar estrategias para hacer frente al futuro, y pensar sobre el impacto de las acciones a corto, mediano y largo plazo. Así, la planificación define una orientación futura, tratando de capitalizar las mayores oportunidades de éxito, identificando las alternativas que conducen a beneficios y buscando reducir los elementos de riesgo o fracaso. Los componentes básicos de la planificación es la definición de un plan que debe incluye una misión, visión, metas, objetivos, políticas, estrategias, programas, proyectos y actividades, todos los cuales deben ser concretos, claros y específicos, así como contar con una congruencia y consistencia entre ellos. La determinación de cada uno de estos componentes debe ser el resultado de un proceso de planificación.

La planificación estratégica es un proceso complejo, interactivo y constructivo que implica la participación de diversos profesionales y sectores. Su cabal desarrollo requiere de la voluntad de cada uno de estos agentes tanto de colaborar propositivamente como de negociar agendas particulares para lograr consensos y acuerdos regidos por objetivos comunes. Determinar quién participa en el proceso de planificación depende, naturalmente, del sujeto a planeación, que en nuestro caso, será el sitio arqueológico y sus entornos naturales, comunitarios, sociales, etc.. De manera general, se puede decir, que todos aquellos involucrados en la toma de decisiones y la ejecución de acciones en el sitio y sus entornos deben forzadamente intervenir en el proceso de planificación. También se recomienda involucrar a todos los sectores gubernamentales, sociales o comunitarios que de alguna manera están o pueden estar relacionados o afectados por las decisiones tomadas en el lugar. Los niveles y formulas de participación de cada uno de los agentes dependerá de una multitud de factores, incluyendo los legales, de competencia institucional o académica y de intervención económica, política y social, pero es claro que se puede partir de tres niveles de integración: decisión, participación activa y consultoría. En todo caso, la planificación debe concebirse y desarrollarse como un proceso multi-disciplinario y multi-sectorial, ya que ello asegurará que estén representadas las principales perspectivas y que se tenga en cuanta todos los puntos de vista, incluso de aquellos que fuesen alternativos o que pudiese oponerse al proyectos específicos. En este último caso, la planificación puede encaminarse a persuadir a estos grupos de integrarse en el proceso, puede servir para mejorar las relaciones con ellos, o simplemente puede dirigirse a mitigar y controlar los efectos de la oposición. Generalmente la planificación es guiada por un facilitador o gestor, es decir, un individuo con pleno conocimiento en la materia, que cuenta con entrenamiento para dar seguimiento al proceso, establecer vías de comunicación y mediación, favorecer el intercambio y la negociación, y plantear alternativas de solución con base en su experiencia. El facilitador debe de ser un individuo preparado para comprender la complejidad del patrimonio, sensible para entender su problemática y capaz de enfrentar conflictos con vías a generar soluciones. Es rexoendable que sea un agente externo, cuya agenda sea transparente y que goce de criterio reflexivo y autónomo, ya se ello asegura que su intervención sea percibida como independiente y que se genere una base de confianza entre los agentes que participan en la planeación.

El proceso de planificación depende de la convicción multi-sectorial de que necesario planificar y generar formulas de solución que no solo sean inmediatas, sino que también permitan construir visiones y estrategias de impacto a corto y mediano y largo plazo. El proceso de planificación, de hecho, tiene como objetivo generar una plataforma de colaboración y de acciones que permitirán resolver crisis, controlar cambios externos, asegurar el seguimiento y la consistencia del trabajo, mitigar los factores de riesgo y fracaso, evitar la duplicación de esfuerzos y tratar de solucionar los conflictos de trabajo. La finalidad de la planificación estrategia es generar políticas de trabajo comunes, que establezcan claramente las pautas, alternativas, estrategias de acción y sus responsables. Su resultado último se traduce en la elaboración de un plan maestro, cuyo objetivo es establecer claramente los lineamientos, el marco de trabajo, las estrategias, los cronogramas de trabajo, y los agentes encargados de realizar las acciones. En plan maestro es un instrumento normativo, rector, de operación. Es también un documento que facilita el seguimiento, así como el control del trabajo y de las responsabilidades asumidas. Sirve como referencia en caso de conflicto y de incumplimiento, como mecanismo permanente de orientación, y como puntal de seguimiento y consistencia ante el cambio externo.

El plan de manejo debe mantener cierta flexibilidad para adaptarse al un rango aceptable de transformaciones y para capitalizar oportunidades, sin que se pierda el rumbo. Debe ser evaluable y perfectible en un periodo determinado, que generalmente, se extiende a 5 años. Esto es porque al favorecer el análisis tanto el éxito como los fracasos de los programas y proyectos, el plan de manejo servirá para re-orientar las decisiones.

Existen varios modelos de planificación estratégica diseñados para optimizar el trabajo de organizaciones y empresas. Los modelos son simplemente eso, representaciones simplificadas y abstractas de la realidad, que gracias a sus propias características sirven para guiar nuestro trabajo y pensar más claramente sobre las relaciones que existen en el mundo real. En el ámbito del patrimonio cultual también se han generado modelos metodológicos adaptados al campo. Un documento obligado de referencia es The Burra Charter for the Conservation of Places of Cultural Sigificance (Australia ICOMOS 1994), un documento generado por ICOMOS-Australia en la década de los 1990s, el cual a trascendido a nivel internacional debido a que plantea un avanzada filosofía de la conservación donde se considera, primeramente la noción de lugar (contra monumento, sitio, conjunto aislado), en segundo lugar, un replanteamiento de los objetivos de la conservación como un proceso dirigido a la preservación de los valores del patrimonio (contra una posición exclusivista de la materia), y en, tercer lugar, el desarrollo de una perspectiva global sobre los problemas y las alterativas de solución. El siguiente esquema resume el modelo de planificación propuesto por The Burra Charter:


A partir de este modelo básico, se han generado otros modelos de planificación, tales como:



(Tomado de Kerr 1994)














(Tomado de Demas 2003)
Aunque los modelos presentan diferencias en su concepción y organización, se puede plantear que existen concordancias en su estructura, ya que las fases nodales del proceso de planificación son:

Determinar el marco de fundamentos de la planificación. Es decir, explicar claramente por qué se requiere de iniciar un proceso de planificación y elaborar un plan de manejo, cuál es la misión de este último en términos de metas concretas y su visión, es decir, describir el estado ideal al cual se desea llevar. Asimismo, se deben explicitar cuales son los principios que rigen a la planificación y al plan de manejo.
La identificación y descripción del lugar. Este paso consiste en identificar el lugar que estará sujeto a planificación y describir sus componentes, y el estado de conocimiento que se tiene de ellos hasta el momento. En este paso es fundamental señalar cuáles son las fuentes de información a las que se tiene acceso, así como las lagunas informativas, y de ser conocidas, las fuentes archivisticas, documentales o metodológicas que pueden ayudar a solventarlas. Este fase de reconocimiento implica un entendimiento de los límites y composición del lugar, que debe extenderse desde a fábrica de los bienes culturales, hasta de sus entornos. Su resultado debe ser una presentación informada, concisa, analítica y lo más objetiva posible del universo a someter a la planificación.
Investigación preliminar de lugar con fines de documentación y profundización del conocimiento del lugar. Esta fase corresponde a un primer nivel de investigación sistemático que ayudará a definir el universo de planificación y a sustentar el proceso de valoración. Debe proceder sobre preguntas concretas y lagunas informativas claramente identificadas, cuya resolución sea factible de lograr con estudios preliminares y de profundización, preferentemente, que no impliquen una acción en el lugar. La investigación debe tener un enfoque multidisicplinario y por tanto, partir de una dinámica de retroalimentación y colaboración.
La evaluación del significado y relevancia del lugar. Con base en la información recopilada anteriormente se debe proceder a la valoración, es decir, a la determinación de los rasgos y características que han hecho y hacen importante a un lugar en su historia y en el presente. Dicho proceso deberá tener como objetivo clarificar los valores asignados a un sitio y hacer explícita de que manera se expresan, ya sea en forma de tangible o intangible. Evidentemente, los valores adscritos a un sitio pueden ser diferentes para diferentes sectores de la población, e incluso tener implícita una relación problemática (Lipe). Por ello, es necesario no sólo comprender cabalmente a un sitio, para que todos puedan entender cuál es la complejidad del significado del sitio y en qué se fundamenta, ello con el fin de lograr un consenso, y de ser posible, una priorización de los valores identificados. El proceso de valoración debe culminar en una declaratoria de relevancia y significado, la cual debe ser reconocida por todos los agentes. El proceso de valoración es una pieza clave de la planificación, ya que los valores de un sitio serán los rectores en la toma de decisiones y servirán como la base para priorizar y negociar las políticas de trabajo a seguir en el sitio (Demas 1994)
El diagnóstico de las condiciones del lugar. El manejo de un sitio está condicionado a la realidad. Como su nombre lo indica, el diagnóstico tiene como finalidad analizar la situación actual de sitio y conocer cómo están afectados sus valores. Este es un ejercicio crítico que debe incluir: a) una evaluación del estado físico del lugar, es decir, un análisis de sus mecanismos de alteración y un registro de deterioros. B) Una revisión de la cultura de trabajo emprendida has el momento, así como de los proyectos y acciones, con miras a establecer qué mecanismos o formulas han favorecido o afectado los valores del sitio. C) Una evaluación de las condiciones del marco jurídico, de propiedad y uso de la tierra, de competencia y actores, de la administración, así como de infraestructura y de su operación tanto en el sitio, como en su entornos naturales, económicos, turísticos y sociales. Los resultados de estos análisis deberán de ser reunidos de forma resumida y sistemática en un documento que determinará cuáles son los avances logrados, las problemáticas asociadas y las necesidades presentes y los posibles escenarios a enfrentar en el futura.
Definición de políticas, principios, normas, lineamientos y criterios. La política de un sitio determina la forma en que éste, su entorno y su significado y valores pueden preservarse, y potenciarse, en el presente y el futuro. Es una prescripción clara de qué se conserva y maneja, porqué se va conservar y se manejar, y cómo se va a conservar y manejar. Establece los límites de qué se puede llevar a cabo y que no. Por tanto, en esta fase se definen los principios, normas, lineamientos y criterios que guiarán a las acciones futuras tanto de conservación, como de investigación, presentación, operación, difusión, desarrollo turístico y social.
Desarrollo de estrategias, programas, proyectos y acciones. Una vez que se ha determinada la política del sitio, es posible desarrollar las estrategias y tareas específicas a seguir. Dichas estrategias, que deben desarrollarse con claridad en los objetivos a cumplir, generalmente se traducen en programas, subprogramas, proyectos y regímenes de acciones particulares, que pueden incluir la conservación directa y preventiva, el manejo y control de desastres, el manejo de los recursos naturales, el desarrollo y manejo de turismo cultural y natural, el desarrollo social sustentable. Los programas deben tener una congruencia entre sí, dada por la política de trabajo, y tener objetivos específicos, fases de trabajo, requerimientos, normas y actividades planificadas de acuerdo a cronogramas de trabajo y financieros. También deben determinar los criterios y mecanismos de monitoreo y evaluación específica y general.
Presentación de plan maestro. El plan maestro es un documento que se va construyendo conforme se va desarrollando el proceso de planificación, y por lo tanto, debe asignarse a un responsable de su redacción, generalmente el facilitador, quien se encargará de presentar los avances periódicamente al grupo o grupos de planificación para su revisión y aprobación. Al final del proceso de planificación, es posible que sea necesario determinar el régimen de evaluación y actualización, así como a cabo revisiones finales y procesos de edición para su presentación con vistas a su aprobación y aval formal. Un proceso de planificación estratégica no requiere de una fase de implementación, porque en el camino se van aprobando acciones y se van desarrollando acciones por los diversos grupos de trabajo.
Evaluación. Finalmente, conforme a lo establecido en el plan, se llevarán a cabo revisiones periódicas para monitorear avances, evaluar eficacia y determinar los logros y debilidades del plan de acción general y de estrategias o acciones específicas. Con ello se.

Debido a su complejidad y a la responsabilidades que conlleva, la planificación estratégica es un proceso que requiere ser aprendido de manera sistemática, con la seriedad que implica entender su filosofía, sus bases conceptuales y su metodología. Su enseñanza debe además de estar acompañada del desarrollo de capacidades, habilidades y técnicas que permitirán conducir con éxito el proceso y sortear los desafíos que se presentan en su curso. Ya nos hemos enfrentado a los problemas derivados de la improvisación, de un mal entendimiento del proceso y sus fundamentos, así como deficiente compresión de las fases de trabajo representadas en su metodología y de los resultados que deben obtener se cada una de ellas. Los problemas más comunes han sido, la creación de planes de manejo basados en la copia de otros y la formulación de planes que no son resultado de un proceso de planificación multidisciplinaria y mutisectorial. Estos instrumentos están condenados desde el principio al fracaso, ya se trata de traducciones o traslados i-reflexivos de soluciones de problemáticas o condiciones distintas. Al carecer de legitimidad ni fundamento de consenso o co-resonsabildad, no tienen capacidad de ser reconocidos implementados. Su destino, ha sido generalmente, el cajón de un escritorio.

El método de enseñanza y aprendizaje más común de proceso de planificación en patrimonio se ha fundamentado en la impartición de cursos teóricos-metodológicos y prácticos, seguidos por tutelaje. Ello asegura la transmisión de sus bases, modelos y técnicas, así como de experiencia, en un marco controlado pero de aplicación en la realidad. Algunas de estas experiencias han partido de dinámicas personalizadas o grupales. Ciertos cursos se han impartido con parte de un proceso de planificación conducido donde se integra un facilitador en activo y un facilitador en formación. En todo caso, siempre es útil partir de un caso u un grupo de casos reales, donde se va construyendo a la par que formando. Es de esta manera, que la planificación estratégica ha tenido experiencias más enriquecedoras. Quisiera, ahora, pasar a mencionar algunos casos de planificación estratégica en México, haciendo mención más detallada de un plan de manejo que lleva más de diez años de operación. Asimismo, quisiera aprovechar la oportunidad para hablar brevemente de un proceso de planificación que se encuentra en vías de ser echado a andar por quien suscribe. Éste último, sirve para concluir una serie de consideraciones finales.

Casos Mexicanos.

Existen estudios que han analizado el desarrollo de la situación de las prácticas de manejo en México (Pe. Castellanos 1998, Corbett y Robles 1997). Éstos han identificado algunas problemáticas en este campo, y especialmente, en cuanto a su desarrollo en el ámbito institucional de México. Hay que reconocer que muchas de las críticas presentadas aún son vigentes. Es decir, en México aun no se ha consolidado una política oficial para el manejo de las zonas arqueológicas en México, y la mayoría de los planes de manejo suelen concentrarse en aspectos operativos y de servicios, en lugar de regirse por una visión holística. Aunque ha habido intentos institucionales, todavía no se ha logrado establecer un modelo uniforme, ni criterios homogéneos para la toma de decisiones de manejo en las zonas arqueológicas. Día a día se producen daños, y muchos de ellos tienen que ver con una inadecuada u nula planificación. Otro problema es la continuidad, sobretodo en un país que, por razones políticas, se reinventa cada seis años. Todos estos problemas, y otros, indican que la planificación ya no es un lujo u opción, es una necesidad imperante. No obstante, no pueden desconocerse los avances. En diversas regiones del país, se han implementado, se han desarrollado o se encuentran en desarrollo planes de manejo para sitios arqueológicos que están explorando nuevas formas de trabajo, que han alcanzado logros y que están nutriéndose de nuevas perspectivas. El campo se extiende a zonas arqueológicas complejas constituidas de arquitectura mampostería (tales como Monte Alban y Mitla, en Oaxaca) o de tierra (p.e. Paquimé, Chihuahua), cuevas con manifestaciones rupestres (Oxtotilán, Guerrero) y sitios de pequeño rango que son parte de paisajes culturales de gran riqueza ecológica (Michoacán) o de colindancia con centros urbanos (Cuicuilco y el Ajusco en la Ciudad de México).

A riesgo de parecer parcial, quisiera ahondar en algunos aspectos del el caso de Sierra de San Francisco, un complejo de patrimonio natural y cultural, ubicado en el Estado de Baja California Sur, México, que destaca por poseer importantes y espectaculares manifestaciones monumentales de pintura rupestre en cuevas y abrigos montañosos, tales como la Pintada y el Ratón. Además de ello, cuenta con un plan de manejo que lleva en operación ya diez años y, que por duración y vigencia, se considera una experiencia de obligada referencia.

La Sierra de San Francisco (SSF) inició su proceso de planificación en 1993, año en que la fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la UNESCO. Los sitios arqueológicos presentaban diversos problemas derivados tanto de factores de alteración natural como derivados de la acción humana, entre los que cabe mencionar, contaminación por basura, desgaste por contacto, saqueo, erosión por presencia de animales domésticos y algunas muestras de vandalismo. La presión turística afectaba considerablemente tanto los contexto arqueológico, por sí mismo frágiles, como un ecosistema natural único por su gran diversidad florística y faunística. El acceso por terrenos accidentados, representaba, en mayor o medida, una medida de protección, por el aislamiento de los abrigos y cuevas, pero también un riesgo para los visitantes. También existían problemas sociales, incluyendo pobreza, y deficiencias de infraestructura. Las comunidades representaban una primera línea de defensa en la protección de los recursos, pero se reconocieron problemas en cuanto a la tenencia de la tierra, amenazas por iniciativas de modernización e industrialización, así como descoordinación y conflictos entre las iniciativas de arqueología, conservación, turismo y las de las comunidades.

Para proceder a un manejo más racional de sus recursos culturales y naturales y propiciar la conservación de sus valores, se formó un equipo de planificación formado por especialistas del Getty Conservation Institute, del INAH, de los sectores gubernamentales y no gubernamentales locales (incluyendo la Secretaria de Educación Publica de BCS, el Instituto Sud Californiano de Cultura y la Coordinación de Turismo del Estado de BCS, de instancias académicas nacionales y estatales), así como grupos de interés, tales como la asociación civil “Amigos de SudCalifornia, los custodios, los guías de visitantes, representantes de medios de comunicación, autoridades ejidales y otros miembros de las comunidades locales.

La primera versión del plan de manejo (Plan de Manejo de la Zona Arqueológica de la Sierra de San Francisco) logró establecer una plataforma común de valores que reconocían la importancia de los recursos desde los puntos de vista histórico, estético, científico, ecológico, de belleza paisajística natural, así como social y simbólico, incluyendo las manifestaciones rupestres, vestigios arqueológicos asociados, sitios históricos y de cultura serrana. Con base en dicho reconocimiento y en el análisis de la condición de la zona, se estableció que la política rectora sería ‘la preservación de los valores que de manejo conjunta le dan significado e importancia, permitiendo que sea una fuente de beneficio económico’. Asimismo, se determinó que el desarrollo de la zona debe ser sustentable y compatible con la preservación de los valores educativos, históricos y ambientales para permitir el uso y el disfrute de la sociedad. Con base en esta una visión holística se conjugaron estrategias de investigación, científica, de conservación para sitios con pintura rupestre, de administración de visitantes, de desarrollo de infraestructura regional y manejo de actividades recreativas.

No es posible en este momento describir con detalle los programas, proyectos y acciones determinadas en cada línea estratégica, no obstante, cabe señalar que además promover el desarrollo sistemático de la investigación arqueológica y de conservación en la región, el plan de manejo instrumenta una política la preservación integral con programas de de tipo preventivo, de operación, de turismo cultural controlado y de desarrollo comunitario.

Algunas acciones correspondientes a los últimos rubros cobran relevancia, ya que han logrado conciliar intereses divergentes. Por ejemplo, como parte de la estrategia preventiva se colocaron andadores que facilitan el transito de los visitantes y, al mismo tiempo restringen su contacto con las manifestaciones murales, el contexto arqueológico y su entorno natural. Además de señales restrictivas, en algunos abrigos se han colocado cédulas de interpretación temática con información arqueológica y de sensibilización para favorecer la preservación del lugar y de las manifestaciones rupestres. También se construyó un Centro de Información en el poblado de San Ignacio y se establecieron dos rutas de acceso autorizadas. Para controlar, el impacto generado por turismo y manejarlo de forma racional, especialmente durante los periodos de gran afluencia, se ha determinado que la mayoría de los proyectos de infraestructura turística se establezcan en poblaciones cercanas y que éstos deben estar básicamente a cargo de las comunidades, quienes podrán ofertar sus artesanías y producciones locales. En el área serrana se cuenta sólo con un campamento que opera bajo un filosofía de bajo impacto ambiental y tiene un sistema de reservación que funciona hasta con tres meses de anticipación. Éste es el único lugar donde se permite acampar, actividad que está normada por una serie de prescripciones para existen el cuidado y uso del agua y el manejo de desechos. También se han creado sistemas de recorrido (o niveles de visita) que se adaptan a los intereses de los visitantes y que, en razón, a consideraciones de conservación y prevención de riesgos, les imponen ciertas limitaciones. Por ejemplo, el nivel 4 corresponde a los abrigos más remotos y de acceso más accidentado: ahí la visita que requiere de la supervisión de personal capacitado.

El turismo de la SSF se ha formulado con una base educativa que desea promover la comprensión y sensibilización de los valores culturales y naturales del sitio. Éste también se ha organizado con vías a tener un beneficio local. Existen aproximadamente 90 guías arrieros que se encargan de rentar las bestias de carga que llevan al turista a los sitios arqueológicos. Dichos individuos, que poseen hasta más de veinte años realizando esta tarea, han capacitados para cumplir funciones de interpretador. Se ha establecido un reglamento para visitantes, así como un documento rector de derechos y obligaciones de coordinadores de visita y guías. El plan fue aprobado por acuerdo general en noviembre del 1994. A diez años de este evento naturalmente se han evaluado sus alcances, limitaciones y fracasos, pero existe la percepción general no sólo de que ha propiciado grandes beneficios, sino también que se trata de una de las iniciativas más exitosas de la región.


4. Consideraciones Finales

Esta ponencia tiene una agenda, y hay que ser clara sobre ellas. Se trata principalmente de un documento analítico, pero es claro que su objetivo es persuadir sobre los beneficios de la planificación estratégica. Las razones de ello son obvias. Quién esto escribe está convencida que la planificación estratégica es un instrumento no sólo necesario, sino también la única vía de lograr decisiones informadas, consistentes y duraderas que permitan conservar los valores de un sitio y hacer posible que éstos tengan vigencia en una realidad cambiante y llena de desafíos como lo es la actual y lo será la futura. Además de los ya señalados, existe un amplio expediente de casos en Latinoamerica y en el mundo, que nos han enseñado que planificar es la manera más optima de organizar el trabajo, optimizar los recursos existentes en torno a un sitio arqueológico, y poder enfrentar su complejidad y sus desafíos de manera sistemática y responsable.

Es evidente que queda mucho por caminar. Cada sitio es único y representa un reto y una oportunidad para su manejo, para hacer posible la conservación de sus valores y para integrar éstos activamente en la sociedad. Esto es más que evidente ahora que me encuentro iniciando el proceso de planificación en la Zona Arqueológica de Bonampak, un sitio maya del Clásico, excepcional en sus manifestaciones de pintura mural, que está ubicado en el Corredor del Usumacianta, en el Estado de Chiapas, al Sureste de México. Esta es una zona de gran importancia arqueológica, ya que se encuentra asociado a los sitios arqueológicos de Paleque, Yaxchilán y Plan de Ayutla. Asimismo, cuenta con de amplia diversidad natural y singular relevancia ecológica, ya que es parte de la Reserva de Montes Azules, un corredor selvático que cruza y comunica las frontera entre México y Guatemala. Además de su belleza, esta es la casa de una diversa cultura indígena viva, donde destacan grupos lacandones, chontales y tzontziles. No es de extrañar que por singularidad y potencial, esta zona esté siendo sujeto de un explosivo desarrollo turístico. Sin embargo, sus habitantes, especialmente los de origen indígena, todavía estancado en una realidad de profundo aislamiento y significativas diferencias económicas y educativas. Un primer acercamiento a la situación del lugar me ha hecho reflexionar sobre la necesidad de hacer cambios conceptuales sobre los principios de la gestión mexicana (Medina-González 2004), a seguir:
· Región. Se debe trascender de la idea de que sitios arqueológicos son entidades culturales separadas de sus entornos y aisladas dentro de un territorio. En lugar de ello, se debe promover una visión regional en la que los sitios se entiendan cómo lo que realmente son: componentes integrados a contextos de gran riqueza natural, paisajística, cultural y social.
· Patrimonio. Se debe trascender la idea de que los sitios arqueológicos son monumentos del pasado y reconocer que poseen una vigencia cultural, educativa, social, y económica en el presente. Especialmente, debemos ser sensibles ante los valores adscritos por los habitantes locales indígenas, que asocian a las zonas arqueológicas significados religiosos, simbólicos y cosmogónicos.
· Conservación Integral. Se debe abandonar la idea de que la conservación se refiere únicamente a la intervención en los bienes culturales y que ésta tarea implica únicamente la participación de especialistas. En lugar de ello, se debe partir del principio que la conservación es una estrategia integral que requiere de la colaboración interdisciplinaria, así como de la participación co-responsable de los diversos órdenes de gobierno, de los sectores federales, estatales y municipales, de los actores que están involucrados en su uso y disfrute, así como de las comunidades locales. Estas últimas pueden enriquecer el proceso de planificación a partir de la difusión de técnicas tradicionales de manejo y conservación.
· Manejo Global. Se debe orientar el manejo de los sitios en una estrategia global basada en el reconocimiento de los valores regionales, sin que ello signifique la pérdida u obscurecimiento de la identidad y la diversidad de los sitios en específico, ni el desprecio de sus valores particulares. Ello significa elaborar políticas generales deberán derivar en programas, proyectos y acciones diversificadas y adaptadas a cada caso, pero encaminadas a cumplir objetivos comunes.
Desarrollo Sustentable. Se debe de abandonar la idea de que la conservación y manejo del patrimonio cultural es una tarea independiente, conflictiva u opuesta al desarrollo social. Alternativamente, se debe concebir a la conservación y al manejo del patrimonio como un eje de acción que puede conducir y propiciar el desarrollo sustentable de la sociedad, y especialmente de las comunidades locales indígenas. Se sugiere estos campos ayuden a inducir desarrollo social en los rubros de optimización de calidad de vida, identificación cultural, educación, disfrute respetuoso y cohesión comunitaria. Aquí es importante seguir los preceptos elaborados por Thosby (2002), quien ha señalado que la conservación sustentable del patrimonio debe: promover la equidad intergeneracional e intrageneracional, mantener la diversidad, generar beneficios tangibles e intangibles, usar recursos escasos de forma estratégica, usar el principio preventivo y de precaución, así como reconocer la interdependencia del patrimonio y la vigencia de su conservación.

Espero que estos principios puedan llevarse al en el ejercicio y instrumentación del proceso de planificación de Corredor Usumacinta, así como en otros lugares de significado cultural.

Quisiera terminar esta ponencia con una última reflexión. Evidentemente, hay razones para no planificar, ya que implica tiempo y recursos, no es un proceso fácil, y generalmente estamos más presionados para actuar, que para planificar. Pero es necesario tener un rumbo y todos necesitamos tener momentos para pensar sobre los objetivo de nuestro trabajo y crear condiciones para conciliar intereses divergentes. La razón de ello es que el mismo proceso invita a la reflexión, conduce al aprendizaje y obliga a buscar alterativas viables. Todo esto tiene razones pragmáticas: Alcanzar nuestras metas, que en nuestro caso, implica grandes desafíos, pero una premisa poco problemática. Sabemos que sino conservamos y manejamos de manera racional nuestro patrimonio, no habrá recurso que potenciar de manera científica, educativa ni económica. Hay además otros tipos de razones que apoyan la planificación. Nos obliga a cuestionarnos nuestra razón de ser y a preguntarnos porqué, para qué, para quién conservamos. La respuesta a estas interrogantes significa, muchas veces, plantear nuevas perspectivas sobre nuestro quehacer.

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