martes, 17 de abril de 2007

EL TURISMO ARQUEOLOGICO EN MEXICO


EL TURISMO ARQUEOLÓGICO EN MÉXICO


DR. ERNESTO GONZÁLEZ LICÓN
Escuela Nacional de Antropología e Historia

Licenciado en Arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es Master en Arquitectura, con especialización en restauración de arquitectura prehispánica de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía Manuel del Castillo Negrete y doctor en Arqueología de Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Desde 1997 se desempeña como profesor investigador de tiempo completo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México. Entre sus múltiples desempeños se mencionan: miembro e investigador nacional del Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT, director del proyecto desigualdad social en Monte Albán, Oaxaca, y secretario del Colegio de Arqueólogos de México, miembro del Icomos mexicano del organismo “A” de la UNESCO, de la Asociación Mexicana de Antropología Biológica, de la Sociedad Mexicana de Antropología, y de la Sociedad de Arqueología Americana.


Desde la perspectiva que ofrece el siglo XXI, resulta para todos evidente que en el siglo pasado, el turismo fue una de las industrias de mayor crecimiento y cuyo desarrollo tuvo un impacto importante en casi el mundo entero. Al menos otros dos aspectos contribuyeron a que el turismo fuera un elemento detonante en muchos países: por un lado, el que las esperanzas de vida de los habitantes de países desarrollados aumentaran, permitiendo a un grupo cada vez mayor de personas vivir más y viajar más; y por otro el desarrollo acelerado de las comunicaciones entre los habitantes de este planeta, incluyendo el cine y la televisión pero sobre todo el Internet en las últimas dos décadas del siglo pasado que puso al alcance de la mano de cada vez mayor número de gente, la información acerca de las características y bellezas de cada rincón del mundo.
Debido a la influencia del turismo, durante el siglo pasado se experimentaron cambios importantes en la concepción misma de la “modernidad” pues mientras que durante la primera mitad del siglo XX se trataba de imitar y parecer al modelo de desarrollo occidental, durante la segunda parte, se destacaron las diferencias culturales como algo digno de ser reconocido y aceptado. Aquellos sitios que conservaban una identidad propia, con su lengua, vestido, costumbres, religión y festividades y sobre todo su arquitectura, se volvieron un atractivo para millones de visitantes que buscaban y apreciaban esas diferencias. Desde el punto de vista arqueológico, capitales del mundo antiguo como Roma, Grecia y Egipto, así como Teotihuacan, Tulúm y Chichén Itzá en México se vieron materialmente invadidas por mucha más gente que en décadas anteriores. Debemos sin embargo reconocer que el incremento en el número de visitantes hacia la mayoría de estas ciudades antiguas también tuvo que ver con las facilidades que encuentran los viajeros para llegar a ellas, la información disponible por diferentes medios, en una gran cantidad de idiomas, acerca de su arquitectura, desarrollo histórico y significado cultural. La presencia de restaurantes y hoteles de diferentes rangos de precios es otro factor e igualmente el que exista seguridad para el viajero durante sus recorridos. Además, a lo anterior hay que agregar la presencia constante a nivel mundial de campañas comerciales en muy diferentes medios donde destacan los aspectos más relevantes de cada una de estas ciudades y de algunos otros atractivos de la región que es lo que muchos visitantes buscan, como pueden ser las playas, los centros históricos, museos, artesanías y comida típica por mencionar algunos.
Dentro de estas consideraciones está el garantizar el beneficio de las comunidades a donde llega el turismo. Para ello debe existir una planeación adecuada a corto, mediano y largo plazo donde se invite a participar a las comunidades que habitan en las cercanías de los sitios arqueológicos y centros históricos. “De esta manera los motivaremos para conservar y proteger su entorno ecológico, cultural y urbano así como sus modos de vida tradicionales, fortaleciendo su propia identidad en lugar de adoptar formas y actitudes importadas que nada tienen que ver con la región o el país” González Licón 1998: 19-30). No debemos perder de vista el sentido social de la riqueza que genera el patrimonio cultural de un pueblo. En sentido estricto el patrimonio es de todos y por ello, los beneficios deben también ser repartidos. Por ello es importante que todo segmento socioeconómico de la población tenga acceso a la cultura, que normalmente es el gran fallo de los gobiernos. Generalmente se enfoca la actividad “cultural” para las clases acomodadas, sin embargo los gobiernos están obligados a invertir en investigación, protección y difusión de su propio patrimonio cultural nacional y garantizar el acceso a toda la población.
En 1993, el ICOMOS, (International Council on Monuments and Sites) publicó la obra: Turismo en sitios patrimonio cultural de la humanidad. Un manual de manejo. el cual contiene importantes recomendaciones para el manejo de sitios culturales con afluencia de turistas. Sobre todo enfatiza el establecimiento de un proceso de planeación de la gestión cultural, entre los que se incluye el inventario de recursos, los cuales en muchos de los casos de sitios arqueológicos no son renovables, su categorización y evaluación, así como la adopción de de regulaciones generales e incentivos para su conservación por parte de los funcionarios, visitantes y comunidades, asociaciones y patronatos involucrados (Sugaya y Brooks 1999:5).
En todo plan de manejo de un sitio cultural, en este caso nos referimos específicamente a sitios arqueológicos, debe haber un proceso de coordinación donde los diferentes planes y programas están integrados y apoyándose unos a otros. El plan de manejo del sitio arqueológico debe tomar en consideración los aspectos más generales de las comunidades que lo rodean aunque debe estar también considerando la presencia del turismo en el sitio. En este sentido se da un proceso en dos direcciones: la calidad de vida de los residentes, dentro o cerca del sitio arqueológico tiene un gran impacto para la experiencia que tienen los visitantes. A grandes rasgos debemos pensar que lo que es bueno para los habitantes es bueno para los visitantes. Por supuesto que el plan de turismo debe estar supeditado a los de investigación, conservación, mantenimiento y difusión del sitio mismo. Los funcionarios de turismo, así como las asociaciones de los servidores del ramo turístico (hoteleros, restauranteros, transportes, guías, etcétera) deben ser consultados durante la elaboración del plan de manejo turístico para que esté en armonía con el de conservación del sitio. En otras palabras, los planes de manejo turístico deben ser tan solo una parte del plan integral de manejo del sitio arqueológico. Igualmente, los proyectos y plan de manejo turístico debe reconocer y aceptar los objetivos del plan maestro, donde se especifiquen de manera muy clara los límites físicos en cuanto a la capacidad de recibir turistas por día, semana o mes y las limitaciones que deberán ser impuestas de acuerdo al número de estos, las cuales pueden variar dependiendo de la temporada de mayor o menor afluencia de visitantes. En suma, el en proceso de la planeación del manejo de sitios arqueológicos, la conservación precede al turismo.
Los sitios arqueológicos están bien reconocidos como atractivos importantes dentro del cada vez mayor turismo cultural. Esta es una oportunidad que no se debe desperdiciar para darle un sentido social al aprovechamiento del patrimonio cultural. Desde el punto de vista gubernamental, a los esfuerzos promocionales, se les debe acompañar de inversiones directas en infraestructura tanto en el sitio como en otros sitios culturales vecinos o en la ruta hacia los centros urbanos mayores. Aquí nos referimos además de la adecuación de carreteras, puentes, accesos y señalización, a la realización de campañas de embellecimiento de los bosques, haciendas, templos y pueblos vecinos, así como a la impresión de mapas y rutas turísticas, a la creación de centros para visitantes con la exhibición y venta de los productos y artesanías locales. Para el turismo cultural, hay que pensar que no solo visitará los sitios arqueológicos existentes en la zona, sino también los centros históricos, los mercados o plazas donde se reúna la población para sus fiestas y celebraciones. Para un gobierno, aunque pudiera pensarse que hay sitios que por sí solos, representan un atractivo para los visitantes, deben incluirse otros que por sus características sean una alternativa adicional para extender la estadía de los visitantes. En este sentido lo importante será encontrar el elemento atractivo para el turista, crearle una imagen que pueda ser ofertada en el mercado nacional e internacional.
En la planeación y subsiguiente implementación de programas, debe uno considerar al menos tres factores: la cooperación entre los actores involucrados en este proceso; la importancia del recurso cultural y; el beneficio económico que es el que busca el sector turístico. Debe haber beneficios equitativos para todos.
Hay países que ante la escasez de manifestaciones materiales de su cultura, arquitectónicas o monumentales, consideran válido el recurso de reproducción o recreación; delegan en la función escenográfica, la expresión de un anhelo de ser o de o haber sido. Otros países, devastados por la guerra o por fenómenos naturales, recurren a la reconstrucción ilustrada y documentada. Algunos más, como la India o México, por citar sólo dos ejemplos, tienen arduos problemas en preservar o en siquiera conocer y registrar su enorme Patrimonio Monumental. Para el fenómeno turístico en general, cualquiera de estos escenarios puede ser potencialmente explotable, no así para el turismo cultural, que cada vez exige más autenticidad y que se inclina ya por preferenciar la visita a sitios con Patrimonio original y auténtico (de Santiago 1999).
Se debe tener cuidado con copiar o reproducir aspectos que en otros lados han resultado pero que implementados en otro contexto pueden ser falsos. Esto es muy evidente en algunos lugares como Estados Unidos donde en Las Vegas o parques temáticos de los estudios Universal en Los Angeles, se reproducen sitios enteros para la contemplación y diversión de muchos visitantes pero que no reciben más que una visión distorsionada de la realidad. Tampoco es suficiente el tener el sitio por si mismo, la competencia entre naciones por el turismo y los dólares que derrama es muy grande. Las inversiones en estos parques temáticos es enorme y puede inclusive ganarle la batalla al sitio original con las pérdidas consecuentes.
Uno de los beneficios esperados del turismo cultural opera tanto en el visitante como en el residente. A través del contacto e intercambio mutuo, el turismo puede hacernos conscientes de nuestras diferencias y similitudes culturales (Ann Webster Smith “Cultural Tourism and Historic Hudson Valley” 10th Asamblea General del ICOMOS).
Solo para darnos una idea de como ha cambiado la concepción del turista en cuanto a su impacto en la conservación de los sitios arqueológicos, tomemos como ejemplo la idea que se manejaba en ICOMOS hacia 1976 cuando se consideraba al turista como una amenaza potencial hacia los sitios arqueológicos. Pues bien, a partir de 1999, durante la XII Congreso Mundial sobre Conservación se busca una mejor relación entre el turista y la conservación de los sitios. Y una forma de lograrlo es haciendo que el visitante entienda la importancia que tiene la conservación del sitio mismo de una forma adecuada. Que la presencia de los turistas es una forma de hacerse de los recursos nunca suficientes para conservar y mantener el patrimonio arqueológico descubierto y propiciar nuevas investigaciones. Sin embargo debe enfatizarse el hecho de la fragilidad de este patrimonio y que deben por lo tanto observarse todas las indicaciones presentes en los planes de desarrollo para garantizar su sustentabilidad, las utilidades de los industriales e inversionistas del ramo y el desarrollo adecuado y armónico de las comunidades aledañas.
En este sentido el patrimonio cultural debe entenderse como un recurso económico que se convierte en motor del desarrollo y como tal, es necesario conocerlo, respetarlo, protegerlo y difundirlo; primero ante la población local y enseguida, ante los turistas potenciales y los visitantes en general (de Santiago1999).
Mucho se ha dicho ya sobre la importancia del turismo en el mundo actual. Desde la declaración de Bruselas, en 1976, donde se reconoció que “el turismo es un hecho humano irreversible” y “al cual no se puede separar de sus efectos negativos sobre el patrimonio”, se afirma que por ese mismo hecho,“el patrimonio cultural y el natural toman precedencia sobre cualquier otra consideración, por justificada que ésta sea en lo político y en lo socioeconómico”. Por esta causa no hemos dejado de preocuparnos por conciliar los legítimos intereses de ambas posturas: la que redescubre, valora y protege al patrimonio, ante la que desea utilizar a éste para propósitos turísticos, en aras de generación de riqueza económica y de creación de empleos.
Europa está a la cabeza como receptora y como emisora de turismo internacional. Por su propia formación, el europeo tiene tendencia a favorecer el turismo de tipo cultural y hasta hay quien afirma que esa modalidad nació en Italia; como quiera que sea, es un hecho que los países europeos, incluyendo ahora a Europa del Este, reciben 4 veces más turismo que los 3 países del tratado de libre comercio de Norteamérica; México, a su vez, recibe más turistas que todo el Caribe o toda Latinoamérica.
Dentro de los elementos que constituyen la oferta del turismo cultural, el papel central lo tiene la arquitectura monumental. Baste ver de qué manera se hacen publicidad los grandes destinos turísticos del mundo: imágenes de sus monumentos, de sus sitios arqueológicos, de sus grandes espacios urbanos, plazas y bulevares, vistas de sus barrios característicos, de sus grandes palacios y templos. Esto es complementado hábilmente en la publicidad por otras manifestaciones culturales y por elementos de espectáculo, diversión, compras, gastronomía, juego y paisajes naturales.
Para que esa experiencia cultural sea benéfica y educativa, el turista requiere relacionarse adecuadamente con la población local, en particular en el caso de los sitios “vivos”, que aún son habitados y usados por las comunidades que tienen ahí sus raíces y para ello es menester aplicar cuidadosamente las técnicas ya existentes de información y comunicación entre el turista y la población del sitio.
Otro factor complementario es la naturaleza: actualmente se ha puesto en boga el ecoturismo, como consecuencia de una mayor conciencia de la conservación del medio natural y como una especie de reacción contra el abuso del turismo masivo de evasión y de sol y playa. En lugares donde se dan las condiciones naturales necesarias, es imprescindible buscar la liga del patrimonio histórico con la naturaleza, con el entorno en su conjunto; esto afirma la personalidad del sitio, promueve un respeto más amplio por lo cultural y lo natural y contribuye al disfrute turístico pleno.
La diversidad cultural de nuestras sociedades reclama el derecho a la diferencia, por ende el modelo de desarrollo debe ser adaptable a la cultura y a las realidades de cada país y de cada región, como producto de un difícil pero indispensable ejercicio de inteligencia. Para que el modelo opere en bien de un desarrollo local que sea completo y operante, debe darse no sólo en lo económico sino también en lo social y en lo cultural.
El caso de México.
México, es un país mestizo. Nuestra cultura se forma por la fusión de dos vertientes fundamentales, la indígena y la española. Tres siglos de dominación colonial produjeron un sincretismo especial en la manera de ser del mexicano. En nuestra idiosincrasia se combinan creencias y significados arraigados profundamente en nuestras raíces indígenas, tamizados por la religión católica y la civilización europea. Los nombres de muchos de nuestros pueblos, volcanes y valles, así como de personas y cosas tienen un origen indígena. Muchos de las ciudades y centros ceremoniales antiguos, continuaron habitados durante los tres siglos de colonización española y así se mantienen hasta nuestros días. Tepoztlán, Mitla, Mérida y la misma ciudad de México-Tenochtitlan son solo un ejemplo. Para el mexicano, es frecuente encontrar pues en nuestras ciudades, vestigios de un pasado precolombino, de la dominación colonial y de la etapa independiente y contemporánea. La presencia constante de sitios arqueológicos en nuestro acontecer cotidiano nos recuerda parte de nuestro proceso histórico y nos permite entender nuestra esencia cultural.
Entre 1885 y 1910, Leopoldo Batres, fue nombrado por el entonces presidente Porfirio Díaz, Inspector general y conservador de los monumentos arqueológicos y lleva a cabo exploraciones y reconstrucciones en Monte Albán y Mitla, además de velar por la protección y mantenimiento de los sitios arqueológicos descubiertos en ese entonces. La legislación mexicana tiene también una larga trayectoria en cuanto a la protección de este legado histórico que es considerado desde entonces patrimonio cultural de todos los mexicanos. Ese es el sentido primordial del concepto de patrimonio en México, que es un bien inalienable, imprescriptible y cuyo disfrute es derecho de todos los mexicanos.
El caso de Monte Albán y Oaxaca.
Permítanme ilustrar mi planteamiento teórico tomando como ejemplo el caso de la ciudad prehispánica de Monte Albán y donde he trabajado en los últimos 15 años.
Monte Albán fue una de las primeras ciudades de lo que hoy conocemos como Mesoamérica, fundada en el año 500 a.C. Se encuentra ubicada sobre un conjunto de cerros a 400 metros sobre el nivel del Valle central de Oaxaca, el cual tiene tres brazos o subvalles. Al establecimiento de Monte Albán como centro rector de otros asentamientos en el Valle se le considera como un signo inequívoco del surgimiento del estado como forma de organización social.
Monte Albán funcionó como la capital de los zapotecos desde su fundación hasta más o menos el año 850 0 900 d.C. en que su poder político se rompe y pierde su carácter de centro rector pero sigue siendo habitado y utilizado como un centro ritual hasta poco antes de la llegada de los españoles a la región en el siglo XVI. La región de Oaxaca era próspera y productiva y entre los muchos productos que se obtenían de ella estaba el oro, razón por lo cual llamó la atención al conquistador español Hernán Cortés quien como pago por sus servicios a la corona en la conquista de México, reclamó esa región como propia y se hizo nombrar Marqués del Valle de Oaxaca.
Monte Albán comenzó a ser explorado en 1931 por el Dr. Alfonso Caso, quien realizara investigaciones sistemáticas de los principales conjuntos monumentales. El 6 de enero de 1932, el Dr. Caso inicia excavaciones en una residencia zapoteca, que contendría la famosa tumba 7 con su extraordinaria ofrenda. A partir de ese momento el nombre de Monte Albán y el de Alfonso Caso, recorrerán el mundo entero y le permitirá realizar exploraciones arqueológicas durante los siguientes veinte años. Desde su fundación en 1939, el Instituto Nacional de Antropología e Historia ha tenido a su cargo la protección y conservación de la zona arqueológica de Monte Albán. Durante los trabajos de Alfonso Caso de 1930 a 1950 se llevaron a cabo las mayores obras de desmonte, exploración y consolidación efectuadas en la zona. Gracias a esos trabajos se descubrieron una gran cantidad de conjuntos arquitectónicos cívico-ceremoniales, así como muchas otras residencias habitacionales. La exploración de estas áreas permitió también el descubrimiento de cerca de 180 tumbas y la exploración de un número considerable de entierros y elementos arqueológicos, lo que produjo entre otras cosas, además de la posibilidad de apreciar uno de los mas bellos conjuntos arquitectónicos prehispánicos, una de las secuencias estratigráficas y descripciones cerámicas hasta ahora mejor conocidas en Mesoamérica. A partir de los años setenta, el Centro Regional de Oaxaca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, ha enfocado su atención en la delimitación y vigilancia de tan extensa zona arqueológica. A la construcción de una unidad de servicios turísticos y culturales que además de brindar al visitante los servicios de restaurante, sanitarios, venta de publicaciones y artesanías, alberga una colección de bajo relieves y esculturas originales de la misma zona arqueológica, que por estar expuestas al deterioro ambiental, se protegieron en este pequeño museo, colocando reproducciones en donde antes estaban las originales. La protección, conservación y restauración de los edificios, plazas, estelas y esculturas, es parte de un programa permanente de mejoramiento del sitio en el que participa personal altamente calificado por parte del INAH. Por su alto valor social e histórico, Monte Albán fue declarado por la UNESCO desde 1987, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Por otro lado, la fundación de la ciudad de Oaxaca se remonta a finales de la época prehispánica. Cuando los tlatoanis mexicas, Moctezuma IIhuicamina (1457­1458) Y Ahuizotl (1486-1495) envían a sus guerreros a dominar la región, fundando una guarnición militar en Huaxyacac, de la que no se ha podido localizar su ubicación exacta pero se cree que debió ser entre los ríos Atoyac y Jalatlaco.
En 1519, aún antes de la caída de México-Tenochtitlan, Francisco de Orozco es enviado a Huaxyacac por Hernán Cortés para investigar la riqueza de los yacimientos de oro en esa región, la breve visita de Orozco encuentra poca resistencia y en 1521 regresa nuevamente a Oaxaca fundando Segura de la Frontera la cual será poblada y despoblada en varias ocasiones.
En 1526 el emperador Carlos V expidió la cédula de fundación de una villa en el mismo lugar que antes habían ocupado Huaxyacac y Segura de la Frontera, poniéndole por nombre Antequera en honor a otra ciudad así llamada en Andalucía. Sin embargo, por problemas políticos entre Cortés y Nuño de Guzmán, la orden llega a Nueva España hasta 1529 y entonces Juan Peláez del Berrio, ayudado por el topógrafo Alfonso García Bravo, trazan la ciudad y reparten solares a 80 familias españolas. (González Pozo 1987:XX)
En 1532, Carlos V la eleva al rango de ciudad. En relativamente poco tiempo, alcanza un gran crecimiento por asentarse en ella españoles e indígenas. En las Relaciones geográficas de 1579 se señala que había 500 vecinos españoles y 300 "naborios"(indígenas) que ayudaban en las obras de construcción y mantenimiento de la ciudad. Para esa fecha se termina la construcción de la primera catedral. Además de ser el centro religioso y administrativo del Obispado de Oaxaca, alcanzará importancia por ser el punto obligado de paso de los viajeros que iban del centro de la Nueva España hacia Centroamérica y Perú y también gracias al comercio que tenía lugar a través de Huatulco (Romero Frízzí 1986: 35).
La relación de dependencia y dominación que se estableció entre los españoles que habitaban la ciudad y los indígenas asentados alrededor, fue determinante en el crecimiento de Antequera. Además, la mayoría de estos grupos era de origen mexica, lo que los diferenciaba del resto de los poblados del valle, habitados por etnias zapotecas y mixtecas. A medida que transcurría el Virreinato, algunos de los pueblos nahuas como Jalatla­co, Xochimilco y Santa María Oaxaca se fueron convirtiendo en suburbios de Antequera. En ellos, otros inmigrantes zapotecos y mixtecos se veían obligados a aprender náhuatl y español para adaptarse al ambiente cada vez más urbano que ahí prevalecía, perdurando esta situación durante el siglo XVII y principios del XVII1 (Romero Frízzí 1986, XXVII).

De acuerdo a datos contenidos en un censo de tributos, para 1661 la ciudad de Antequera tenía nueve barrios y contaba con una población de tres mil a seis mil habitantes. Según Chance (1986:403):
“...Ias posiciones de poder, riqueza y autoridad de Antequera estaban invariablemente en manos de personas clasificadas socialmente como "blancos" ya sea criollos o españoles peninsulares. Las personas de otras categorías rara vez podía(l entrar en las posiciones de elite y se les excluía de las posiciones en la Iglesia y el Gobierno. Pero de todos los grupos socio-raciales, los criollos eran por mucho, el más heterogéneo en posición y riqueza".
Hacia finales del siglo XVIII, habiendo superado las crisis y depresiones tan severas del siglo XVII, se podían contar alrededor de 19 mil habitantes en la ciudad de Antequera, la cual ya se empezaba a conocer también por el nombre indígena de Oaxaca (Cf. Ajofrin en González Pozo 1987: XXX)
Durante el siglo XVIII se experimentó un auge notable del comercio, lo que trajo beneficios a los comerciantes blancos establecidos en la ciudad y a algunos otros sectores de la población. Dicho auge repercutió en las construcciones "religiosas, terminándose en esa época la fachada de la Catedral, La Soledad, San Agustín y San Francisco; cuando se construye­ron casi en su totalidad los templos de Las Nieves y de La Merced; cuando se levantaron nuevos templos, capillas y conventos como San Felipe Neri, el Carmen Alto, San José, La Defensa, Betlemitas, la primera versión del Patrocinio, Los Siete Príncipes y la Capilla del Rosario anexa al templo de Santo Domingo (González Pozo 1987:XXXI).
En 1786, al abolirse las provincias tradicionales, incluyendo los corre­gimientos y:
“...repartimientos se rompió el control monopólico de compra-venta de mercancías. A cambio, la Nueva España se dividió en doce intendencias, comprendiendo una de ellas la región de Oaxaca y su capital, llamándola así, oficialmente desde ese momento. Asimismo, al interior de las ciudades capitales, se impuso la división por "cuarteles" mayores y menores, que estaban a cargo de un alcalde de barrio, el cual tenía entre sus funciones velar por el buen estado de su área y de las construcciones que ahí se encontraban. En 1796 la ciudad de Oaxaca se dividió en cuatro cuarteles mayores y ocho menores (Esperanza, 1981, en González Pozo, 1987: XXXIII).
Durante el siglo XIX, aunado al incremento de las actividades comer­ciales, la arriería va a convertir a la ciudad de Oaxaca en un próspero centro indomestizo de distribución y concentración de productos con un monopolio comercial cada vez más rígido. Con la Independencia, se van a continuar los mismos sistemas de explotación hacia los indígenas sólo que ahora son mexicanos los que lo llevan a cabo (Nolasco, 1981: 190).
Por su ubicación geográfica, la ciudad de .Oaxaca ha estado siempre expuesta a la acción demoledora de los temblores, a partir del siglo XIX se tienen registros detallados de múltiples sismos que produjeron daños considerables en los principales edificios públicos y civiles. La arquitectura misma de la ciudad y de la región entera ha debido adaptarse a estas condiciones geológicas produciendo edificios anchos y bajos con torres muy disminuidas en el caso de los templos, y de casas con amplias habitaciones alrededor de uno o dos patios en una sola planta y ocasional­mente, en dos, con techumbres de vigas.
La primera mitad del siglo XX va ha presentar un crecimiento urbano bastante lento, hacia 1940 la ciudad no había rebasado los 35 mil habitan­tes, las causas de esto son, entre otras, la Revolución y el reparto agrario, aunado al fuerte terremoto de 1931 que destruyo gran parte de la ciudad causando también innumerables muertes. A partir de 1950 la ciudad de Oaxaca va a registrar un crecimiento acelerado tanto en el número de habitantes como en su extensión urbana, como consecuencia, principal­mente, de una emigración masiva del campo a la ciudad debido a la imposibilidad del campesino a mantenerse con el producto de su siembra (Nolasco 1981: 191).
Es a partir de este momento en que la ciudad empieza también a perder parte de su fisonomía colonial. Aunque la traza original se conserva, van a derribarse antiguas y señoriales casonas para dar paso a construcciones de una calidad y valor arquitectónico nulo, cambiando la volumetría tan uni­forme de sus edificaciones, el ritmo y proporciones de sus vanos y macizos, además de la introducción de materiales de construcción "modernos".
Para la década de los años setenta los cambios van a ser más notorios y acelerados, coincidimos con Margarita Nolasco cuando apunta que:
“La aparición del turismo, de los servicios, de la migración rural-urbana la modernización del capitalismo dependiente nacional, permitieron que la ciudad de Oaxaca rebasara la etapa del capitalismo premercantilista, con su sistema de marcados y su relación interétnica de dominación. Ahora su diná­mica económica no depende de la acumulación de los bienes indios en el seno de la sociedad mestiza, sino de los beneficios obtenidos del turismo, y usar a los indios como mano de obra muy barata, o como "cosas vendibles" al turismo; folklore, pasado prehispánico y colonial, etcétera. Los cambios anteriores se plasman también en el casco urbano: surgen nuevas colonias, alejadas del centro y del mercado, se construyen nuevas instalaciones para los turistas (hoteles, restaurantes, albercas, centros de baile, etc.) y las grandes fiestas de la ciudad tienen ya más que ver con el turismo y con la política oficial (guelaguetza), que con las actividades tradicionales, ligadas con la religión, con el mercado y con las ferias (Nolasco 1981: 193).
Idealmente, debe existir una relación de beneficio muto entre el turismo y el manejo de sitios considerados como patrimonio cultural. El turismo como industria, como hemos apuntado, busca tener una oferta atractiva, la infraestructura necesaria para satisfacer la demanda existente y la viabilidad económica. En cambio, la obligación primordial para con un sitio cultural será fomentar la investigación, conservación y restauración del mismo, así como servir como un centro de formación y educación de los jóvenes y en general de la población que habita cerca del mismo (du Cros y McKercher 1999).
Sin embargo, esta relación entre el turismo y la conservación de sitios patrimoniales no es fácil. Du Cros y McKercher (1999) mencionan una serie de casos en que esta relación ha sido de plano (Berry 1994, Boniface 1998, Jacobs y Gale 1994, Jansen-Verbeke 1998). El resultado de ello es que se trabaja de manera encontrada. En otras ocasiones, los valores culturales son transformados de manera consciente con tal de obtener mayores ganancias (Urry 1990, Daniel 1996, McKercher y du Cros 1998). Tales situaciones ocurren cuando los valores culturales se presentan como un producto, y son vistos como una mera forma de entretenimiento más que por su valor intrínseco. Hollinshead (1998) documenta este hecho en detalle en su trabajo sobre Disneylandia. Por el otro lado, el potencial turístico de un sitio cultural puede ser sacrificado cuando existe una actitud negada hacia la llegada del turismo por considerarlo como una influencia corruptora (Hovinen 1995, Fyall y Garrod 1996).
Los esquemas hipotéticos, las metodologías y programas diseñados para el estudio y protección de conjuntos, zonas y asentamientos urbanos poseedores de un rico patrimonio cultural, están en un proceso continuo de reconstrucción teórica y práctica, no sólo en México sino a nivel general en todo el mundo.
Incluso nos atrevemos a afirmar que, a diferencia del campo de la restauración de monumentos aislados o individuales donde hay avances muy concretos, los estudios sobre la conservación integral de conjuntos urbanos están todavía en proceso.
Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, la problemática y el interés de la conservación del patrimonio cultural no sólo se circunscribe a los monumentos, sino también a los conjuntos o zonas de monu­mentos, donde debido a causas diversas, se han venido sucediendo transformaciones importantes en la fisonomía de los mismos.
En estas ciudades, el patrimonio cultural está constituido por construc­ciones o vestigios prehispánicos, edificaciones coloniales religiosas y civi­les e inclusive, las manifestaciones arquitectónicas vernáculas tradicio­nales, haciéndose necesaria la adecuada conservación de todos ellos por ser el testimonio material de diversos monumentos históricos y sociales de esa comunidad (González Licón 1985: 3).
En el caso de la ciudad de Oaxaca, al igual que en muchas otras, se enfrentan elevados índices de densidades de vivienda y de población, alteración de los patrones de distribución tradicionales, crecimiento desme­dido, desordenado y permanente en la periferia del conjunto urbano, ocupando cada vez más áreas agrícolas productivas, para incluirlas en el especulativo mercado mobiliario.
Aunado al desmejoramiento de la vivienda, de los servicios públicos, de los centros de trabajo, recreación y de las vías de comunicación, se transforman cada vez más las actividades artesanales ancestrales, así como la construcción de viviendas con materiales tradicionales, esto sin mencionar aquí la pérdida acelerada e irremediable del patrimonio cultural intangible como la lengua, el vestido y las relaciones sociales, entre otras.
Asimismo, propiciado por el cambio en el uso del suelo, se ha llevado a cabo la introducción de servicios municipales en forma anárquica que deterioran visual y físicamente la imagen urbana y se da paso a la acción “remodeladora o renovadora" de arquitectos que no toman en cuenta, ya no digamos las normas internacionales o nacionales de conservación e intervención en conjuntos históricos, sino ni las más elementales manifes­taciones de sentido común, anteponiendo su afán modernizador a toda costa, sin importarles las tradiciones, estilos e historia de la ciudad misma.
Además de las consideraciones anteriores, debemos agregar tal vez la más importante, la cada vez mayor presencia de turismo en el estado, que utiliza la ciudad como base para visitar las zonas arqueológicas y posteriormente dirigirse a las bahías de Huatulco o Puerto Escondido.
Debido a la falta casi absoluta de industrias en el estado, a la raquítica producción agropecuaria, que no alcanza a cubrir ni siquiera los niveles de autoconsumo locales, al turismo viene a ser, aparentemente, la solución a los problemas económicos de la región y de la ciudad misma.
El incremento de la "población flotante" que es atraída por el turismo, o que vive de él, ha propiciado el desplazamiento de la población hacia las colonias periféricas, ofreciendo las construcciones civiles del centro histó­rico a un mercado inmobiliario sobrevaluado para la población local y cada vez más especulativo.
Este cambio en el uso del suelo de algunas zonas del Centro Histórico va alterando la fisonomía de la ciudad, y propicia entre los propietarios de dichos inmuebles, el deseo de modificar su función original para adaptarla generalmente ala instalación de negocios dedicados a los servicios o a la venta de artesanías y otros productos "típicos" del lugar.
Desarrollar turísticamente un sitio histórico y arqueológico monumental requiere encontrar el balance entre los factores, entre lo deseable y lo posible, fijar cuidadosa y responsablemente los límites cuantitativos a la explotación turística, regular el número de visitantes y los sitios a que tienen acceso, limitar las actividades dentro del sitio a las que éste puede y debe resistir; sólo así se puede lograr un desarrollo sustentable, que sea permanente y que reconozca el derecho a la permanencia del propio Patrimonio.
El concepto de “utilizar racionalmente” contra el de “explotar”, debe prevalecer en todos los programas y proyectos de turismo cultural, pues con ello el conocimiento y el respeto al sitio y a la cultura local evitarán el deterioro que puede acabar con el patrimonio y con el recurso turístico.
Estas nociones corren el peligro de convertirse en abstracciones románticas si no se cuenta con la brújula adecuada y con el mapa correspondiente: La brújula es la ética ya expresada en la carta de Quito (VII - 1), que habla de la lucha que sostiene la fiebre del progreso, con modelos importados de modernidad, contra la valoración y el respeto a la propia cultura y a la memoria histórica. Este concepto ya tiene una concreción en las propuestas de Sri Lanka 1993, donde se recomienda establecer y difundir códigos éticos para el turista, para el empresario turístico, para las autoridades y para la población local.
El capitalismo desbocado, que no reconoce límites, con su versión de neoliberalismo, amenaza con polarizar cada vez más el poder y el dinero, con lo que las decisiones sobre el Patrimonio Histórico se volverán más materialistas y metalizadas. En cuanto a la arquitectura religiosa, aunque uno pudiera pensar que por su antigüedad y monumentalidad "se cuidan solos", no es así ya que el deseo del gobierno del estado y de grupos de inversionistas de propiciar por todos los medios el incremento del turismo, ha pugnado por convertir los exconventos en hoteles. Un caso concreto es el conjunto de Santa Catarina que ahora es parte de la cadena hotelera Camino Real.
Fuera de lo paradójico o anecdótico que resulte, que dos zonas consideradas por la UNESCO al mismo tiempo (1987) como Patrimonio Cultural de la Humanidad, entren en competencia, en realidad no es nada de tomarse a la ligera. El centro urbano de Monte Albán, alcanzó su máximo crecimiento y esplendor hacia los años 650-700 d.C. y su trama urbana se extendió en una superficie de un poco más de tres mil has. de las cuales el lNAH tiene delimitada y restringida toda actividad en 2,150 has. Al respecto, se ha instalado una comisión de vigilancia entre el Ayuntamiento y el INAH para prevenir y limitar el crecimiento de la mancha urbana moderna, la cual está constituida en esa zona por construcciones de pésima calidad, que carentes de todos los servicios, verdaderamente invadan las laderas y presionan al gobierno municipal hasta que éste les construye" calles e instala luz y agua.
Con base en nuestra experiencia en Oaxaca, estamos plenamente convencidos de que la conservación del patrimonio cultural no puede ser una acción aislada, sino una labor conjunta que considere la protección del patrimonio arqueológico e histórico como un hecho integrado por múltiples factores, y que por lo tanto requiere de una política alternativa de interven­ción, rechazando los programas urbanísticos que planteen procesos indiscriminados de expansión y renovación, así como los proyectos de conser­vación y restauración inspirados únicamente en criterios históricos y artísticos sin contemplar el ámbito urbano y las características de cada comunidad a intervenir. .
Resulta necesario mencionar aquí que este tipo de planteamientos implican la adopción de actitudes abiertas y respetuosas hacia la comuni­dad, de manera que se puedan captar efectivamente sus necesidades e inquietudes.
Desafortunadamente esto último no se ha logrado del todo, a lo que debemos añadir que cuando se ha presentado la oportunidad de establecer una política de conservación colectiva e integradora, lejos de aunar esfuer­zos entre los distintos organismos oficiales, civiles y privados, nos encon­tramos con que existen motivaciones y objetivos distintos, e incluso com­petencia entre los mismos, lo que provoca además de un desgaste innecesario, la mala aplicación de los recursos disponibles y sobre todo propiciar que la comunidad pierda interés acarreando graves consecuen­cias para el patrimonio.
“El caso de Monte Albán y la ciudad de Oaxaca, presenta las condiciones aparentemente ideales de alejamiento de los servicios complementarios que reclama el turista como son (terminales de autobuses y aeropuertos, hoteles, restaurantes, tiendas de artesanías, etc. que son los que producen más ingresos económicos pero que también pueden generar en el sitio arqueológico un gran impacto negativo y contaminación. El proceso de “invasión” de las colinas de Monte Albán por la ciudad de Oaxaca en las últimas dos décadas nos ha dejado importantes enseñanzas. Reconocemos que el turismo es la principal fuente de ingreso de Oaxaca, atraídos por sus zonas arqueológicas, su gastronomía, sus tradiciones y costumbres milenarias, los trajes y fiestas tan vistosas.
En el primero de los casos, se ha aprendido a convocar e incorporar a los diferentes sectores involucrados, desde los diferentes niveles de gobierno, los prestadores de servicios turísticos, los habitantes de esas comunidades circundantes a la zona arqueológica. A través de representantes, a todos los sectores se les informa para que conozcan, opinen y participen en los planes de investigación, conservación y restauración de la zona arqueológica, la cual se considera no solo la que está delimitada sino también los restos que están en sus comunidades. En todos los casos la ley que nos rige es la Ley Federal sobre Sitios y Monumentos Arqueológicos e Históricos de 1972.
En cuanto el manejo interno del sitio, existe por un lado la Declaratoria de Zona Arqueológica que permite protegerla por la ley. Esto da cabida a la existencia de diferentes equipos de trabajo, por un lado un director del sitio, un arqueólogo encargado de vigilar y proteger los vestigios fuera del polígono un grupo de arqueólogos encargados de hacer rescates arqueológicos por las obras autorizadas o no en esa zona. Un arqueólogo encargado de las obras dentro del polígono de la zona arqueológica, así como del mantenimiento de las estructuras abiertas al público. Proveer de baños, información suficiente de los edificios y áreas importantes en español, inglés y zapoteco. Un administrador, un grupo de custodios, boleteros, jardineros y restauradores.
Con las comunidades se trabaja cotidianamente y hay algunas que colaboran y hay otras donde simplemente llegar a ellas pone en peligro la integridad física de los arqueólogos. No es tan simple, sin embargo se busca colaborar con todos ellos y tratar de entenderlos en su necesidad de contar con tierra para edificar sus casas pero que también cooperen pidiendo licencia para las obras y reportando los hallazgos que pudieran ocurrir. Del conjunto de objetos e información que se va recabando a lo largo de los años, se planea hacer museos comunitarios, donde se exhiban los objetos encontrados en cada colonia. De esta manera se involucra a los habitantes de esas comunidades en la protección, conservación y defensa de su propio patrimonio. Permite igualmente con las nuevas generaciones, el que entiendan los procesos sociales que se dieron para que dentro de una perspectiva histórica comprendan la relación que tiene el pasado con el presente e igualmente con el futuro. Al aquilatar la importancia de su propio patrimonio como residentes e inclusive descendientes de los pobladores prehispánicos, se puede ofrecer este conjunto cultural al turismo sin riesgo de que se vea transformado sino aquilatado y conservado como un todo. Que sea un elemento de cohesión y que preserve la identidad cultural. Se organizan también exposiciones temporales y conferencias acerca de las investigaciones que se llevan a cabo en el sitio. Igualmente se llevan a cabo cada dos años una Mesa Redonda donde destacados investigadores que trabajan sobre el sitio o problemáticas que lo involucran, participan con la presentación de ponencias que luego son publicadas las memorias.
Estamos conscientes de que mientras más atractivo sea el sitio arqueológico principal que se ofrece al visitante, llegarán turistas de distancias más remotas. Sin embargo la presencia de otro tipo de atractivos menos importantes son igualmente valiosos porque “completan” la visita y propician un rango amplio de actividades en ese destino generando una imagen regional como interesante de recorrer. Mientras más importante sea el sitio arqueológico que se promueve, en este caso Monte Albán, habrá una mayor sensación de necesidad de conocerlo por parte del turista potencial, el cual se sentirá obligado de visitar ese sitio (Bull 1991). Este tipo de atracciones secundarias son aquellas que tienen interés regional, o aquellas que, una vez que el turista se encuentra en la zona, resulta interesante y económico desplazarse hacia ellas. En el caso del Valle de Oaxaca, existen una gran variedad de opciones como son 6 sitios arqueológicos más entre los que se encuentra Mitla, Yagul y Lambityeco; sitios coloniales como Tlacochahuaya, Teotitlán del Valle y Ocotlán; pueblos mercado como Tlaxiaco y Tlacolula; el Centro Histórico de Oaxaca; las diversas artesanías que se producen en cada población y una gastronomía única, aunado a las playas de Huatulco y Puerto Escondido a una cuantas horas de distancia por carretera. Estos sitios secundarios por si mismos (sin contar los destinos de playa), no son realmente la razón por la que el turista visita el Valle de Oaxaca, sin embargo, una vez que se inicia la planeación del viaje se ofrecen como un complemento sumamente interesante y atractivo.
Con base en lo anterior, consideramos indispensable que toda acción de conservación del patrimonio cultural, esté no sólo enfocada para bene­ficio colectivo de la comunidad, sino que ésta emane de la misma a través del establecimiento de los mecanismos de consulta y participación necesarios para ello.
En este sentido, nos permitimos señalar los siguientes puntos como propuesta para establecer una política de conservación que, aunque pen­sados para Oaxaca, bien pueden ser aplicados en otros centros históricos:
1. Propiciar la vinculación entre los programas de planeación urbana y los proyectos y propuestas de conservación, considerando al Centro histórico de la Ciudad de Oaxaca como un conjunto integral que debe ser conservado en su totalidad y no solamente sus monumentos relevantes.
2. Incrementar la participación de diversos especialistas que con el fin común de la conservación del patrimonio cultural, aporten los puntos de vista necesarios para diseñar programas y acciones adecuadas y coherentes con las necesidades locales.
3. Procurar que a través de programas informativos o de difusión, los habitantes del Centro Histórico de Oaxaca, tengan una participa­ción activa y completa durante el proceso de investigación y planeación, pero sobre todo durante la ejecución misma del pro­yecto, ya que en la medida que comprendan la importancia de la conservación de su propio patrimonio, estarán más decididos a cuidarlo y mantenerlo.
4. Proponer ante las instancias correspondientes, se actualicen y afinen los instrumentos legales en materia de conservación, que garanticen la salvaguarda de dicho conjunto.
5. Se deberá seguir impulsando que las universidades o institutos de educación superior, consideren dentro de sus posgrados la forma­ción de especialistas en la conservación de monumentos. Y que además al nivel de licenciatura de arquitectura, arqueología y carreras afines, se incluyan materias relativas a la conservación del patrimonio.
6. Proporcionar la creación de comités, patronatos y propiciar asocia­ciones civiles, para que por este medio, los habitantes del Centro Histórico o de otras comunidades hagan llegar sus ideas y pro­puestas a sus representantes de tal manera que sea efectivamente el conjunto de la población la que coadyuve en la protección, defensa, conservación y difusión de su patrimonio.

Referencias
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1 comentario:

paola dijo...

como me gustaría poder participar en alguna jornada o curso con el doctor ya que por lo que veo es un gran profesional. Cuando venga a quedarse en los departamentos en buenos aires me encantaría conocerlo y poder nutrirme un poco de su conocimiento